El retrato de un milagro: La sociedad de la nieve de J.A. Bayona

El retrato de un milagro: La sociedad de la nieve de J.A. Bayona

Por Marialejandra Díaz Vásquez

 

Las adaptaciones cinematográficas de obras literarias se producen prácticamente desde el inicio de la industria del cine. A partir de allí hasta nuestros días, es una tarea imposible enumerar la cantidad de adaptaciones del papel a la pantalla.

Entre las entregas más famosas de este año se encuentra La Sociedad de la Nieve del director español J.A. Bayona, una película que retrata lo vivido por los sobrevivientes de la Tragedia de los Andes durante los 72 días que estuvieron atrapados en la montaña. 

Esta es la adaptación de una historia real que parece sacada de un relato de ficción increíble. 

 

El filme está basado en la obra literaria del mismo título escrita por Pablo Vierci y que fue publicada en el año 2008, más de 30 años después del accidente. El texto de Vierci resulta valioso porque él mismo conocía a varios de los sobrevivientes ya que habían sido compañeros en el colegio católico Stella Maris en Uruguay. 

Portada del libro de Vierci

Vierci dedicó varias décadas a la escritura de esta obra. Un año después del regreso de los sobrevivientes, el escritor comenzó a recoger los testimonios tanto de ellos como de sus familiares. No sólo construyó este relato con base en las voces de quienes regresaron de la montaña, también pudo recordar a quienes no. 

 

Un director con una visión colectiva

 

La inspiración de J.A. Bayona para llevar a cabo esta adaptación cinematográfica surge justamente tras haber leído la obra de Vierci. Bayona, también director de Lo imposible (2012), adquirió los derechos del libro después de filmar esa película y comentó que, de hecho, el título de Lo Imposible fue sacado del libro de La Sociedad de la Nieve. 

 

De izquierda a derecha: Matías Recalt (interpreta a Roberto Canessa), J.A. Bayona y Agustín Pardella (Fernando Parrado) (Foto de Netflix)

 

El rodaje de La Sociedad de la Nieve duró 4 meses, con jornadas de más de diez horas y en tres lugares distintos. Antes de eso, se grabaron más de 100 horas de entrevistas de los sobrevivientes y sus familias. La película está grabada completamente en español, con un reparto principal uruguayo y argentino que estuvo en contacto con los verdaderos personajes y sus familiares. 

Esta producción representó un reto por muchísimas razones. Entre ellos, las adversidades de grabar en la montaña, la pérdida de peso de los protagonistas y la recogida de muchos testimonios. Cada una de esas dificultades con un motivo: durante una entrevista, Bayona citó a Vierci explicando que ¡Viven! es lo que pasó, pero La Sociedad de la Nieve es lo que les pasó (a quienes sobrevivieron y a quienes no). Es por eso que esta película tiene un enfoque mucho más humano y sentimental de un hecho que se ha contado miles de veces, y del que, en ocasiones, sólo se resalta lo grotesco de la situación.

 

La trama de la película

 

La Sociedad de la Nieve se estrenó el 13 de diciembre de 2023 en Uruguay, pero fue en enero de este año que llegó a Netflix, alcanzando más de 50 millones de reproducciones durante las dos semanas siguientes a su estreno. 

Imagen del rodaje de la película (Foto de: Quim Vives/Netflix)

La historia tiene como narrador a Numa Turcatti (Enzo Vogrincic), quien fue el último en morir. Turcatti sobrevivió 60 días en la montaña; falleció el 11 de diciembre de 1972, sólo diez días antes del rescate. Algo característico de la trama es que, al igual que Numa, cada personaje termina siendo relevante y se hace énfasis en quienes fallecieron, recordando cada uno de sus nombres y su participación en los días que estuvieron atrapados en los Andes. 

Roberto Canessa (Matías Recalt) y Fernando Parrado (Agustín Pardella) juegan un papel muy importante en la historia: ellos cruzaron los Andes durante 10 días para buscar ayuda. Además, Canessa era estudiante de medicina en aquel momento, así que atendió a los heridos y asistió durante sus últimos días de vida a quienes no sobrevivieron al accidente.

La película está llena de momentos impactantes y conmovedores. Algunos de ellos son el ingenio de Roy Harley -quien arregló la radio por la que los sobrevivientes a la caída del avión escucharon sobre la suspensión de su búsqueda-, la dura labor de los primos Strauch, el humor de Carlos Páez y la actitud de Gustavo Zerbino cuando llegó el rescate.

La resiliencia de Fernando Parrado fue otra de las historias increíbles dentro de la tragedia. Parrado, quien incluso había sido dado por muerto y perdió a su hermana y a su madre en el accidente, se dedicó a entrenar físicamente para salir de la montaña, buscar ayuda y volver por el resto de sus compañeros. 

Canessa (Matías Recalt) y Nando (Agustín Pardella) (Foto de Netflix)

Todos estos son datos reales obtenidos de los testimonios de los sobrevivientes para ser plasmados en la película. Aquellas escenas tan entrañables son las que hacen de La Sociedad de la Nieve una película distinta que permite al espectador dar un nombre y un rostro a cada una de las víctimas del accidente. Adicionalmente, en el largometraje hay cameos de algunos de los sobrevivientes y se recrean exactamente algunas de las famosas fotografías reales de la tragedia. 

Izquierda: foto real tomada por uno de los sobrevivientes. Derecha: La Sociedad de la Nieve de J.A. Bayona

Otras adaptaciones

De izquierda a derecha: Supervivientes de los Andes (1976), Alive (1993) y La Sociedad de la Nieve (2023)

La lista de películas, libros e investigaciones sobre la Tragedia de los Andes es bastante larga. De hecho, esta situación de obra literaria adaptada a la gran pantalla ocurrió en varias oportunidades. Tal es el caso de ¡Viven! (1974) de Piers Paul Read, cuya película se estrenó en 1993 y estuvo dirigida por Frank Marshall, o Survive! (1973) de Clay Blair, llevada al cine mexicano por René Cardona en 1976 con el nombre de Supervivientes de los Andes

 

La tragedia considerada milagro

 

Podría hablarse por largas horas acerca de este hecho histórico que, incluso después de 50 años, continúa impactando a quienes conocen sobre él. Por eso, hay tanto contenido al respecto; como libros de los mismos sobrevivientes e infinitas entrevistas. Sin embargo, lo cierto es que esta entrega de Bayona es un buen ejemplo de una adaptación sobre una historia compleja y profundamente cruda desde el respeto y con muchísimo cuidado. Llegó a convertirse en algo más que una película, recordando de nuevo a todas las víctimas de aquel accidente y la increíble historia de los sobrevivientes que soportaron más de tres meses en condiciones tan adversas.

El largometraje no sólo es valioso en cuanto a este sentido emocional –que incluso los familiares de los pasajeros han comentado que representó un cierre para ellos–, también creó espacios para reflexionar sobre distintos temas en torno a aquel suceso; como el sensacionalismo y la actitud de la prensa; la información interesante y anécdotas por contar; el complicado duelo que enfrentaron todos los involucrados; entre muchos otros tópicos.

«No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos» últimas palabras de Numa Turcatti.

La Sociedad de la Nieve y la Tragedia de los Andes no son sólo la historia de lo que unas personas hicieron para poder sobrevivir. Es un hecho mucho más profundo que eso. Esta es una historia sobre demasiadas cosas, entre ellas, la resiliencia, la amistad, y todo lo que estamos dispuestos a dar por el bien de otras personas. 

«Un milagro en el páramo», una obra para todos

«Un milagro en el páramo», una obra para todos

Texto de Victoria Velutini

 

Los libros infantiles son una gran manera de incentivar el aprendizaje de los niños (y también de los adultos). Se ha recalcado a lo largo de los estudios pedagógicos que mientras más temprano se comience con la lectura, más fácil será para los futuros estudiantes desarrollar habilidades cognitivas, fomentar la buena ortografía y mejorar la dicción. No obstante, las enseñanzas de la literatura superan lo meramente práctico e impulsan el sentido de pertenencia de un colectivo, lo informan sobre la cultura y la idiosincrasia de sus alrededores, así como de tierras más allá de sus fronteras y también genera autoconciencia, es decir, permite que el individuo pueda verse a sí mismo y, por lo tanto, tener una mejor relación con su otro.

 

Todas estas lecciones son conseguidas en la reciente publicación del libro infantil, ilustrado por Clara de Lima, de la autora venezolana Sofía Avendaño: Un milagro en el páramo (2023). Además de ser un ejemplar estéticamente precioso, la obra carga textualmente un significado profundo y exalta el imaginario del venezolano, al igual que devela la devoción que tiene el pueblo de nuestro país en figuras excepcionales, que luego realizarían milagros y que posteriormente se convertirían en santos. El libro, editado por abediciones e impreso por Gráficas LAUKI, cuenta con cuarenta y dos páginas y es de una dimensión bastante pequeña, por lo que es ideal para llevarlo consigo.

Portada del libro

 

Un milagro en el páramo trata sobre un niño, Carlitos, que ha perdido a sus padres y se va a vivir con su abuela Rosa Isabel a una casita en medio del páramo merideño. En Mérida, Carlitos disfruta de la cálida presencia de su abuela, de sus preparaciones reconfortantes y la manera en la que podía ser estando con ella. Un día, la abuela de Carlitos despierta con malestar y no puede hacer todas las actividades que solía realizar con él, apenas puede levantarse de la cama. Preocupado por la salud de su abuela, Carlitos le pide con fuerza a Dios que le permita quedarse con él por el gran miedo que siente al pensar en perderla. Entonces, aparece ante él, como si fuese un sueño, el Dr. José Gregorio Hernández. Las conversaciones que entabla con el beato iluminan a Carlitos sobre el sentido de la vida y lo enseña a apreciar lo que tiene, a la vez que lo ayuda a refugiarse en la memoria. José Gregorio, enviado de Dios, promete curar a la abuela de Carlitos, mas, a cambio, dice al niño que jamás debe perder la fe, creer fervientemente incluso en lo que parece imposible. Así, a la mañana siguiente, Carlitos encuentra que su abuela ha regresado a ser la de siempre y, ahora, guarda en su corazón la figura de un doctor con “aspecto severo, pero ojos gentiles” caminando sobre las colinas del páramo.

 

La secuencia de diálogo está muy bien lograda, ya que el lector no encuentra ninguna parte de la historia tediosa ni tampoco es difícil seguir el ciclo de la narración, es más, aprende algo nuevo sobre la vida del beato, pues también hay elementos biográficos en el relato. La ilustración de Un milagro en el páramo es un gran aliado para la lectura infantil, ya que permite que los niños tengan referentes inmediatos de un paisaje que, si nunca han visitado Mérida, no saben cómo luce. El pincel digital utilizado para crear estas imágenes asemeja el trazo de un lápiz y, por alguna razón, hace del producto editorial algo más cercano, además, la paleta de colores destinada para ello –entre el azul y el coral– evoca el frío del Páramo y, al mismo tiempo, la calidez del merideño.

 

La obra, ha de mencionarse, no debería encasillarse en la categoría de “literatura infantil” –no que esta sea peyorativa– pero nos referimos a que es un ejemplar que tiene el potencial para pertenecer a lectores de diversas edades, puesto que, creemos, es un relato que puede conmover a muchos. Un milagro en el páramo es un libro que cumple con aquellos dotes más allá de la practicidad que otorgábamos a la literatura al principio del texto, puesto que informa sobre aspectos culturales del país, refuerza valores como la empatía y la individualidad y también reúne a sus lectores en la más fuerte convicción de que creer también es poder.

La balanza de poder en una sociedad sin reglas: el caso de Oil Story, de Ibsen Martínez

La balanza de poder en una sociedad sin reglas: el caso de Oil Story, de Ibsen Martínez

Texto de Victoria Velutini

 

 

En el desarrollo de la novela Oil Story, de Ibsen Martínez –y también, curiosamente, al final de la obra– se menciona el siguiente extracto de uno de los poemas del poeta norteamericano Delmore Schwartz: “El tiempo es el fuego en el que ardemos.” Pareciera que esta suerte de sentencia redirecciona el sentido de la trama y también sugiere al lector lo que se encontrará durante el desarrollo de la novela y esto es, precisamente, la base del argumento que me propongo a manejar. Sin embargo, primero quisiera presentar mi interpretación de este fragmento poético.

 

¿Sentimos el tiempo? Solo en nosotros mismos, el tiempo es individual y a la vez es colectivo, es decir, no podemos sentir el peso del tiempo en los demás, tan solo observarlo. Si el tiempo es el fuego en el que ardemos, entonces solo tenemos conciencia de él mientras estamos vivos. Y, a la vez, no podemos ser espectadores del mismo porque también estamos en él, nos rodea y nos construye. El tiempo nos consume, nos acerca a la muerte y dibuja fronteras en nuestra vida.  La llama y sus consistencia, durabilidad, es un completo misterio. Puede que arda por mucho tiempo o, en cambio, por muy poco. Sea cual sea el resultado, como no podemos verlo porque estamos inmersos en él, se torna corto. La vida es ínfima, es solo un momento, y también lo son los periodos por los que pasamos a lo largo de ella, se enciende y se apaga en un abrir y cerrar de ojos, todos debemos estar preparados para los cambios, pero quizá sea esto más fácil decirlo que hacerlo.

 

En este sentido, nos encontramos frente a una novela que nos advierte, rápidamente, sobre la inestabilidad que embarga al discurso. Schwartz se inserta en el texto del autor y sus palabras actúan como un pequeño llamado que descoloca al lector y que lo posiciona en la realidad próxima para que sea capaz de comprender los sucesos que ocurrirán en la narrativa.

La  “novela petrolera” de Ibsen Martínez, Oil Story, es una historia política y crítica que hace que dudemos del aspecto ficcional de lo narrado. Y eso es, precisamente, lo que hace una buena obra literaria de este género, nos induce en una realidad de la que nos es difícil salir o que, de alguna manera, se une con la nuestra, entrelazándose con lo que conocemos y solidificando la historia. En el caso de Oil Story, esto no sería un desacierto, ya que existe verdad en la ficción, el contexto y los sucesos en los que el autor introduce a la historia son parte del imaginario venezolano y se desenvuelve en periodos verídicos y conflictivos para nuestra sociedad.

 

La trama se desarrolla en las calles de Caracas, a finales de la década de los 90, en donde la Industria Petrolera vive una de sus mejores épocas y Venezuela se ubica en las primeras posiciones de producción mundial. El aparente crecimiento de la economía hace que la Industria se potencie y, con ella, crezcan las oportunidades de estudio en diversas áreas. Petróleos de Venezuela invierte en asociaciones, investigaciones y proyectos alrededor del mundo, lo que hace que su prestigio como empresa crezca y que sus trabajadores ganen renombre en el campo. Se convierte en un burbuja de prosperidad que, inevitablemente, tiene como destino la disolución, porque nada puede durar en un espacio en el que no hay bases sólidas.

 

La estructura de la novela también es cambiante. Coincide con los motivos literarios y con los arquetipos que el escritor construye. Por lo que pronto nos damos cuenta de que no existe una estancia segura, no hay nada que delimite estabilidad, más bien se trata de una constante lucha por mantener un estilo de vida o por alcanzar el bienestar mínimo, algo que le permita al otro “ser” y “vivir” sin “sobrevivir”. Es así como encontramos a los personajes principales, cuyas historias individuales remiten a una estructura mayor, es decir, todos ellos arman una especie de cuadro compuesto por secuencias fragmentadas que se repiten una y otra vez en diversos escenarios, como la misma historia del país.

 

El primer personaje que se le presenta al lector es Jerry Espinoza. Jerry es ingeniero de Petróleos de Venezuela, es decir, trabaja en la industria propiamente dicha y, por lo tanto, posee ciertos privilegios. Su postura en la empresa es neutral (aunque algo subversiva), pero podría decirse que se encuentra en una posición bastante estable y que su desempeño influye directamente en el crecimiento o en la caída de la compañía. Su esposa Natalia  también trabaja ahí y, sin contar con sus problemas de alcoholismo, su vida parece ir según lo que había planeado. Sin embargo, la noche en la que Natalia lo deja en el estacionamiento del aeropuerto, borracho y sin noción del lugar en el que se encuentra, se ve obligado a enfrentar un robo inesperado en el que termina por asesinar a su atacante y debe pactar con un submalandro para deshacerse del cuerpo y poder regresar a su vida normal. La culpa por el asesinato lo consume y empieza a afectar tanto su vida laboral como su vida personal.

 

Después está Guillermo, ávido narrador que posee el don del lenguaje. Es el escritor a quien confiesan todos los sucesos, el depositario de la realidad que posteriormente se convierte en literatura. Guillermo o Memo, es el amigo de la infancia de Jerry y se da cuenta, al poco tiempo de estudiar Matemática, que su verdadera afición es la escritura y que su personalidad no encaja en los moldes estipulados por la Academia, que está hecho de incongruencias, de cosas que no están hechas para durar. Cuando se encuentra a Jerry en una noche en la que salen a beber, este le cuenta la mañana siguiente que desea implementar un plan maestro para acercarse al candidato presidencial Hugo Chávez y que, para hacerlo, necesita de un escritor fantasma que redacte artículos semanales para una novedosa editorial petrolera. Guillermo acepta y su vida cambia a partir de entonces. Conoce a la mujer con la que quiere pasar el resto de sus días, se convierte en padre sin esperarlo y asume un papel que había deseado desde hace ya mucho tiempo.

 

Mayimbe es un personaje ambiguo, que se encuentra en una situación deplorable…es, como muchas otras personas, víctima de las circunstancias. Los actos delictivos que ha cometido no lo llevan a ser un malandro, pero tampoco es un ciudadano correcto, por lo que la calificación de submalandro calza perfectamente con lo que es: ni un extremo ni el otro, un extraño punto medio que es tan terrible como encantador. Se ve en la necesidad de pedirle trabajo a Jerry, pues no hay forma de que entre a la industria propiamente dicha sin una recomendación de alguien que ya esté dentro. La negación que obtiene de su antiguo vecino no le agrada y es por ello que en el momento en que encuentra a Jerry con el cuerpo casi inerte de un padre de familia, se aprovecha de la situación para extorsionarlo: roba su teléfono y llama a su esposa para contarle lo que sucedió la noche que lo dejó solo en el estacionamiento del aeropuerto.

 Lo que ocurre después de la llamada es una sucesión de eventos desafortunados que llevan al personaje a un hospital, gravemente herido, en donde deben amputarle la pierna y en donde conoce a Rosa, enfermera del hospital, que lo acoge en su casa y transforma su vida…Se mete en la piel del hombre que siempre admiró y, similar a una metamorfosis, asume el papel que el Negro tuvo en vida, convirtiéndose en un “ciudadano correcto”. La vida se redime con Mayimbe y le proporciona un futuro al que puede adaptarse rápidamente. Es él el prototipo de “ciudadano” que necesita el nuevo gobierno, alguien que esté dispuesto a seguir órdenes, sin oposición alguna, alguien que intenta proteger su bienestar porque nunca ha tenido nada parecido.

Finalmente, está el Negro Altuna. El lector no conoce al Negro Altuna, pero su presencia se halla en toda la obra. Desde el inicio, la voz poética del negro acompaña a los personajes y los guía en su camino. Es un refugio y un modelo ético y moral que logra condensar a los demás en un solo ideal. Escritor e investigador, el Negro Altuna realiza una labor investigativa sumamente importante, pero que pasa desapercibida en el campo cultural venezolano. Su trabajo es conocido por pocas personas y en ellas incluye a su familia y amigos. Sin embargo, años después de su muerte, Guillermo y su hija Berenice logran publicar toda su obra en la editorial de Jerry y su trabajo pasa a ser parte de la Biblioteca Oficial de Petróleos de Venezuela. Para ser archivado, una vez más…

 

Hay algo místico, además, en la historia paralela del Leviatán marino que se esconde en el Golfo Triste. Como si esto funcionase como una suerte de metáfora de aquello en lo que queremos creer, pero que verdaderamente no existe. La presencia de la ausencia les permite continuar con sus vidas, idear una fantasía en la que existe la posibilidad de grandeza y esa latencia es, por desequilibrado que parezca,  aquello que termina por concebir la realidad. Después de todo, es propio de nuestra cultura tomar refugio en el misterio, en la excusa del “quizá” o en una providencia que provea las respuestas que tanto necesitamos, pero esto solo resulta en la confusión y en la pérdida de un objetivo plausible que nos permita avanzar con seguridad.

 

Estas indeterminaciones modelan al contexto y hablan de una identidad que se encuentra en suelo movedizo. Todo es posible  en Oil Story, gracias a la falta de reglas que apoyan y fundamentan el ascenso o el descenso del individuo. De esta forma, los resultados no son predecibles y la jerarquización se desdibuja, ya que el escalafón más bajo puede llegar a posiciones de alto rango y viceversa en un giro radical. La problemática de Petróleos de Venezuela se reduce a esta instancia: creer que están hechos para perdurar y que la labor que realizan sólo puede estar en sus manos. La verdad es que la totalización no es posible y los planes a largo plazo, nos enseña el autor, perecen bajo el escrutinio de la cruda realidad.

Eduardo Liendo, literatura y Mr. TV

Eduardo Liendo, literatura y Mr. TV

Texto de Marcelino Bisbal

 

 

Una migración cultural fundamental en la

segunda mitad del siglo XX:

la que va del cine, espectáculo en sociedad,

a la televisión, el regreso de la familia

que modifica los antiguos métodos de manejo hogareño.

Carlos Monsiváis

En Aires de familia

 

 

I

 

La década de finales de los años sesenta y todo lo que fueron los años setenta hasta comienzos de los ochenta, será rica y fructífera en la producción intelectual (académica fundamentalmente) sobre el medio televisión. Las reflexiones de ese entonces sobre la tele estuvieron muy determinadas por las tesis frankfurtianas, particularmente los planteamientos de T.W. Adorno y M. Horkheimer. Las ideas que se desarrollaron estaban enmarcadas en lo que fue la “izquierda intelectual” del momento que vio o pensó que veía, que la televisión manipulaba al pueblo, que lo alienaba y que creaba en él una “falsa conciencia”. Si revisamos detenidamente y sin prejuicios de ningún tipo todo lo que se llegó a escribir sobre el tema, que fue muchísimo, vamos a encontrar esas tesis-efectos no comprobadas en la realidad y cotidianidad de la gente que se sumergía noche tras noche, día tras día, frente a la pantalla.

 

Los escritos teóricos sobre el tema coincidían con la expansión de la televisión privada-comercial en el país. Igual ocurría en toda América Latina. En Venezuela, por ejemplo, la televisión irrumpe en noviembre de 1952, pero será a partir de mayo de 1953 cuando aparezcan las primeras estaciones privadas de televisión. Nuestra TV privada estaría cumpliendo hoy  70 años. 

 

Traigamos a la memoria algunos de esos estudios que reflexionaban la presencia de la nueva tecnología. Así, en 1967 Antonio Pasquali publica El aparato singular en donde apunta de manera incisiva, a lo largo de sus páginas, que “la televisión venezolana impone al televidente un mensaje comercial de 33 segundos cada 79 segundos de programación”. Pero cuatro años antes, en 1963, el mismo Pasquali publica quizás su libro más importante en los estudios sobre comunicación en el país y en la región: Comunicación y cultura de masas. La masificación de la cultura por medios audiovisuales en las regiones subdesarrolladas. Estudio sociológico y comunicacional. En este estudio se nos ofrece un conjunto de datos sobre la radio y la televisión de aquel entonces. Sobre la televisión y su relación con la estructura sociocultural del país llega a decir: “La televisión privada del país (…), ha venido trabajando desde sus comienzos según la línea del menor esfuerzo cultural, hasta el punto que debe considerarse como un hecho adquirido el condicionamiento de las masas en el sentido de la mediocridad de requerimientos y de la resignación (en los raros círculos en que sobrevive una conciencia del problema), ante la inevitabilidad de la situación”.

 

En 1968 la investigadora Martha Colomina publicará su estudio El huésped alienante en donde se analiza la influencia de los mensajes televisivos desde las mismas orientaciones de la Escuela de Frankfurt. El título del estudio habla por sí solo. En 1969 el psicólogo Eduardo Santoro nos ofrece el libro La televisión venezolana y la formación de estereotipos en el niño. Santoro nos habla de lucha de clases, de alienación, de racismo, de dominación… que la televisión transmite con sus mensajes y que contribuyen a la formación de estereotipos en el niño.

 

Quizás el autor que reaccionó con más virulencia contra la televisión fue el filósofo Ludovico Silva con su libro Teoría y práctica de la ideología (1971). El texto nos ofrece dos partes diferenciadas, pero imbricadas entre sí a través del concepto de ideología. En el último ensayo el filósofo examina el “fenómeno ideológico de la televisión”. Nos dice que la finalidad de la TV es el de “perpetuar la dependencia en las cabezas mismas de los neocolonizados”. Su conclusión es muy marxista en el sentido adorniano: “La industria cultural, y muy especialmente la televisión, constituye un hecho en sí mismo ideológico”. Esta última parte del libro no es más que la continuación de otro libro que Ludovico Silva, un año antes (1970) publicara bajo el sugestivo título de La plusvalía ideológica. Este concepto es heredado de lo que T. W Adorno llamó industria cultural. Desde esa perspectiva, el lugar privilegiado –nos dirá Ludovico Silva– para la producción de plusvalía ideológica es la televisión y el resto de los massmedia. Mr. TV podría decir el maestro Ceferino, “es una industria material como cualquier otra. Pero además, es cultural porque se dedica a la producción de toda suerte de valores y de representaciones (imágenes destinadas al consumo masivo, o sea: es una industria ideológica…) destinada a formar ideológicamente a las masas”.

 

Si revisamos los estantes de nuestra biblioteca o acudimos a la web vamos a toparnos con más títulos sobre la televisión, más escritos bajo la forma de papers e incluso transcripciones de conferencias expuestas en congresos, seminarios y eso que ahora llaman conversatorios. Pero tal como decíamos arriba, no hay novedad alguna en los juicios. El término acuñado por la teoría crítica es que la televisión se constituye en el sueño insomne que impone en el televidente, en la audiencia, la alienación de sus necesidades. Es el control masivo de las conciencias. El poeta Rafael Cadenas en un pequeño libro, Entorno al lenguaje (1984), lo dice muy transparentemente: “La televisión magnetiza. Su influencia no admite comparación con ninguna otra”.

 

II

 

Desde ese contexto teórico, El mago de la cara de vidrio (1973) de Eduardo Liendo sigue esas tendencias para ofrecernos una narración llena de humor y de sátira literaria. Fue su primera novela, escrita cuando el autor contaba con 29 años, formó parte de la izquierda política y militante del Partido Comunista de Venezuela (PCV). La novela se estructura desde tres personajes claramente definidos: el maestro Ceferino Rodríguez Quiñónez que bien pudiera ser Eduardo Liendo; el Mago que es Mr.TV y la familia encabezada  por Carmelina esposa del protagonista, Carlitos el más pequeño de la casa, los adolescentes Armando y Tania y el tío Porfirio que aparece casi al final de la novela a quien Ceferino lo llama “su aliado”, pero que no resultó tal.

 

La televisión se convierte en intrusa al acaparar la atención de la familia del maestro Ceferino. Se rompe la quietud del hogar, se acaba la privacidad hogareña y se trastoca todas las noches el ámbito doméstico. Así, el hogar de Ceferino Rodríguez Quiñones queda marcado por la telepresencia de las telenovelas, de las recetas de cocina, de los programas deportivos, de los anuncios publicitarios, de las series americanas, de los programas musicales y de los shows, de las carreras de caballos y de las noticias. En perspectiva sociológica pudiéramos decir que la televisión irrumpe creando una nueva sociedad, una revolución doméstica que Ceferino Rodríguez no llega a comprender del todo al punto que el maestro tiene que ser encerrado en el manicomio por sus delirios, por la enajenación que él sufre frente a Mr.TV y la lucha sin cuartel que emprende contra la pantalla-cara de vidrio.

 

El desenlace final es que Mr.TV gana la batalla. La tecnología televisiva, en blanco y negro, se impone con toda la fuerza de su seducción a través de las imágenes. Sin embargo, aún a pesar de ese final la tele es hecha añicos con un bate de béisbol: “Ya frente a él, esgrimí el bate con toda mi alma y lo estrellé terriblemente contra su cara de vidrio, destrozándolo en mil pedazos… La maté, sí señor, y si vuelve a nacer y lo vuelvo a matar…Es el fin, terminó mi agonía. Doy gracias a quien haya que darlas, por haberme permitido concluir este conmovido panfleto a la posteridad”.

 

 

III

 

Literariamente se justifica ese final de la novela. Eduardo Liendo, que en ese momento se inscribe en la postura apocalíptica siguiendo a Umberto Eco, quien definió como apocalípticos a aquellos que negaban y menospreciaban la cultura de masas. Liendo, a través del maestro Ceferino, no tiene otra salida que recurrir al fin de la televisión a través de razones paradigmáticas que solo analizan y reflexionan al medio desde posturas que solo ven en él manipulación y vulgarización del gusto y la cultura. Es la perspectiva crítica que solo alcanza a comprender a las audiencias como “público sumiso, objeto, víctimas indefensas y pasivas, blanco dócil e inmóvil del bombardeo icónico”. Es lo que llamaríamos un visión mecanicista del medio y de la cultura que desde él se transmite.  No es ni más ni menos que la sacralización de una forma de entender la cultura y la cultura de masas que representa la televisión. Desde esa perspectiva, la cultura televisiva no encajaría dentro del concepto de cultura ilustrada o cultura elitista.

 

Allí está el alegato final del maestro Ceferino, prototipo de las “élites cultas e instruidas”. Ceferino apuntala su juicio póstumo ante el aparato tecnológico que representa la televisión con estas palabras, que no son más que el metamensaje contenido en un documento y que será descubierto por unos extraterrestres que llegan a lo que quedó de la Tierra después de su contaminación y destrucción:

 

Este documento puede ser tomado como prueba irrefutable de que, efectivamente, los terrícolas conocieron un extraño aparato receptor de imágenes, mágico y entrometido, al cual por alguna razón oculta denominaron Te Ve. El panfleto apuntala mi hipótesis de que tales aparatos fueron destruidos masivamente a finales del período clasificado siglo XX, particularmente tormentoso. Seguramente los destrozaron durante una violenta insurrección (forma superior de la iracundia de nuestros antepasados). Indudablemente, el maestro Ceferino (como prueba el documento telepateado) fue un incomprendido pionero de este movimiento demoledor. Está claro que la desaparición, incluso de las fotos, del llamado Te Ve, indica que los amotinados no deseaban darle ninguna posibilidad de reconstrucción.  En el contexto de la sociedad prenormal es perfectamente comprensible que la gente haya llegado a ese acto desesperado, ya que en nuestros estudios hemos podido verificar que la insuperable genialidad creadora de los terrícolas fue siempre directamente proporcional a la estupidez con la que luego utilizaban sus grandes inventos.

 

Ese alegato final del maestro Ceferino nos recuerda el juicio que emite el escritor Mario Vargas Llosa sobre el Internet, en comentario del libro escrito por el norteamericano Nicholas Carr: Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?  Nos dice Vargas Llosa: “… si él tiene razón, que la robotización de una humanidad organizada en función de la inteligencia artificial es imparable… A menos, claro, que un cataclismo nuclear, por obra de un accidente o una acción terrorista, nos regrese a las cavernas. Habría que empezar de nuevo, entonces, y a ver si esta segunda vez lo hacemos mejor”.

 

IV

 

En la novelística de Eduardo Liendo el tema de la llamada cultura popular, del gusto popular, de los medios en general y muy especialmente la radio y la televisión… se hace presente casi como una temática recurrente. Por ejemplo, en otra de sus novelas escrita en 1989: Si yo fuera Pedro Infante, nos vamos a encontrar con estupendas referencias a ese gusto y sensibilidad por lo popular, pero también referencias a los representantes de esa cultura tan denigrada por los sectores ilustrados-académicos de la sociedad. Pero hay un giro, un cambio de perspectiva en el autor. Ya no desacredita a la televisión tal como lo expresa En el mago de la cara de vidrio. Hay un intento de compresión por esa fascinación que brota de las imágenes televisivas ahora en color. Así, Liendo en entrevista en el diario El Nacional del 5 de marzo de 2007 expresa: “Entonces yo tenía 29 años, venía del extremismo y del exilio, y aunque es una sátira, un libro de humor, allí hay cuestiones más o menos militantes en relación con los medios. Creo que hoy no sería tan rotundo en el final, cuando Ceferino Rodríguez Quiñones destroza el televisor; porque es una metáfora apocalíptica. Aun allí entendía que hay como una doble vía con ese medio de comunicación, que depende de lo que se haga con él se pueden hacer maravillas y se pueden hacer bodrios. Por supuesto, en este momento soy un defensor, sin cortapisas, de la libertad de expresión y de la defensa de los medios”.

 

Liendo, creemos nosotros, revaloriza las producciones de la industria cultural. De alguna manera el escritor da un salto cualitativo de todo lo que se llegó a expresar y publicar en los años sesenta, setenta y una parte de los ochenta. Lo planteaba muy bien el ensayista alemán, fallecido recientemente, Hans Magnus Enzensberger por allá en 1971 cuando decía que en la  Nueva Izquierda, de ese momento, los medios fue una categoría vacía de la teoría marxista y redujo el desarrollo de los medios a un único concepto: el de la manipulación.

 

¿Qué mas podemos decir? Solo habría que indicar que el futuro de la televisión hoy está marcado por lo digital, pues el mundo se hizo digital. Con ese avance, y lo que seguirá, solo nos queda recordar este relato de vida que nos habla del gusto por la televisión. Gusto este que seguirá, con las nuevas tecnologías también, estando presente:

 

…¿Quién habrá inventao…Televisión hubo más adelante, uno oía los programas pol la radio, las comedias y los conculsos. Después jue que vino la televisión; desde que vino, fue lo primero pa´ mí. Yo digo que una casa, un hogal sin televisión no vale nada, polque yo mi televisión es lo primero. En mi casa cuando llego, lo primero, lo enciendo. A mí la televisión me hace falta, yo no sé, yo sin la televisión no me hallo, todo es con mi televisión ahí prendía. Es que yo soy así.

…Uno en la televisión se olvida de todo; de los problemas de la casa, eso se olvidó aquí. Yo aquí solo comento las cosas de los altistas, las cosas de aquí. Yo con eso me lleno de alegría o esa maravilla?

La danza y la performance se presenta en los espacios de la librería el Buscón

La danza y la performance se presenta en los espacios de la librería el Buscón

Por Sofía N. Avendaño

El pasado viernes 12 de enero a las 4:30 de la tarde se presentó en los espacios de la librería El Buscón (Caracas) el libro La danza y la performance de la autora Vanessa Vargas.

La actividad consistió en una conversación entre la escritora y el bailarín y antropólogo, Oswaldo Marchionda. Quienes, a su vez, fueron presentados por el subdirector de abediciones, Jonathan López. Fueron muchas las ideas que destacaron aquella tarde, no obstante, todas tenían en común la importancia que tiene el cuerpo y su movimiento al momento de transmitir conceptos, creencias y críticas. Tanto Vargas como Marchionda estudian a la danza como un fenómeno artístico y humano que funge como un canal de comunicación digno de ser estudiado y analizado.

Oswaldo Marchionda

En la introducción del texto, Vanessa Vargas señala que “el libro propone la revisión de experiencias intangibles, específicamente la danza y la performance, como formas sociales de comunicación en sus múltiples y complejas dimensiones: el fenómeno de la migración, el uso de la performance en las protestas en Venezuela, los procesos artísticos en la danza contemporánea, la censura y la soberanía del cuerpo en la práctica artística, así como los restos y potencialidades del uso de las tecnologías y los medios de comunicación en la danza”.

La danza y la performance se publicó en el año 2021 y, de hecho, tuvo una primera presentación en la Feria del Libro del Oeste de Caracas de ese año. Claro que, bajo el esquema de aislamiento conminado por el Covid-19, se realizó a través de la plataforma de zoom y no fue sino hasta la semana pasada que fue oficialmente bautizado por la autora, su familia y amigos.

Vanessa Vargas es una bailarina, periodista y educadora venezolana, egresada de la Universidad Central de Venezuela y candidata a doctorado. Su trabajo coreográfico ha sido presentado en Venezuela, Estados Unidos, Perú, Argentina y España.

El libro se encuentra a la venta en todas las librerías venezolanas y su versión digital se puede adquirir a través del siguiente enlace: https://abediciones.ucab.edu.ve/producto/la-danza-y-la-performance/

La FLOC, una esperanza que sigue viva

La FLOC, una esperanza que sigue viva

Por Sofía N. Avendaño
Fotos de Manuel Sarda

 

Decir que una feria del libro es una fiesta de la lectura es, posiblemente, un lugar común o –como se dice hoy en día– un cliché. Y es verdad. Todo el mundo usa ese tipo de expresiones cuando se quiere hacer promoción a una actividad de esta naturaleza. No obstante, después de trabajar, participar y asistir a la Feria del Libro del Oeste de Caracas (FLOC) no puedo negar que sí se trata de una fiesta. Una en la que hay música, comida, colores, reencuentros y muchas más cosas que son tan específicas como divertidas y, muchas veces, curiosas.

Yo comencé a trabajar en la FLOC hace cinco años, específicamente en el año 2019. Recuerdo que en aquel entonces no era más que una pasante que poco sabía del mundo cultural. La nación invitada en aquel momento fue Países Bajos y trajeron a varios autores que, durante una semana, compartieron su conocimiento, tiempo y pasión con la audiencia ucabista. Disfruté mucho de aquella experiencia y fue genial vivirla en ese momento porque después, debido a la pandemia del Covid-19, tuvimos que reinventarnos y migrar a las plataformas de Zoom porque todas y cada una de las actividades del 2020 fueron virtuales. 

Actividad de la Escuela de Educación UCAB

La experiencia no fue igual. Era imposible. A muchos los tuvimos que ver a través de un cristal tecnológico y a los pocos con los que compartimos el espacio físico era difícil reconocerlos porque todos llevábamos esos bozales de tela y algodón que supuestamente nos mantenían a salvo. Esa sí que fue otra experiencia. El tiempo corría deprisa y la necesidad del reencuentro de los invitados no hizo más que multiplicar los eventos y acortar las horas. Yo ya no era pasante de abediciones en ese momento. Ya era parte oficial del equipo y si bien no puedo decir que la del 2020 fue mi feria favorita, sí fue la primera en la que me sentí identificada con el concepto de la FLOC. No había libreros. No había libros. No había espacios físicos comunes. Nada de eso. Había otra cosa, otra mucho más íntima y, de cierta manera, cercana. Creo que la virtualidad y la distancia fueron el escenario perfecto para que la esencia misma de los libros y todo lo que representan se manifestara. Las charlas carecieron de la fría formalidad de la academia y, en su lugar, se convirtieron en conversaciones y tertulias llenas de risa, emoción y algo de melancolía. Bajo el concepto de una feria, el equipo de abediciones logró conectar a cientos de personas distantes las unas de las otras. Les dio un rato de desconexión de la realidad y los guió a ese espacio único, pero invisible, que habita entras las páginas de los libros.

Definitivamente la razón de ser de una feria es esa: conectar. Y eso hicimos. 

Las ferias que vinieron después también fueron muy especiales. En el 2021 experimentamos el concepto de lo “híbrido” que, sin duda alguna, fue un reto que puso a todo el equipo al límite.

La del 2022, por su parte, fue distinta. Fue una mezcla de alegría y tristeza. Una promesa de esperanza y de compromiso porque ese año tuvimos la gran alegría de recibir a los libreros nuevamente en nuestro campus, con sus tradicionales kioscos blancos, pero también despedimos al hombre que durante seis años fue incondicional con nuestra feria, el antiguo rector de la Universidad Católica Andrés Bello, Francisco José Virtuoso. No puedo mentir. Una feria sin Virtuoso era difícil de ser considerada como tal. Al menos no como nuestra feria, pues eran sus palabras las que siempre la inauguraban y eran sus directrices y sugerencias las que, de cierta manera, fungían como guía. Muchos pensaron que cancelaríamos la feria. Era natural considerando el luto de la UCAB. No obstante, no existe mejor manera de honrar a alguien que continuando con su legado. Y eso hicimos. Organizamos la 7° Feria del Libro del Oeste de Caracas y con ella rendimos un homenaje a nuestro eterno guía.

Y es entonces cuando llegamos al 2023 y a la 8° edición de la FLOC. Fue un reto y uno muy grande. Entre otras cosas porque era el epílogo de los 70 años de vida de nuestra universidad y, por ende, todo tenía que ser perfecto. Durante años invitamos a países y homenajeamos a personas, y ahora era el turno de rendir culto y homenaje a nuestra casa: la UCAB ¡Qué responsabilidad! 

Libreros en la UCAB

Marcelino Bisbal y Jonathan López son los líderes del comando. Ellos marcan la pauta y nosotros, el equipo, la seguimos y procuramos. Todos los años, bajo el lema de “vamos a darle”, diseñamos la feria lo mejor que podemos, pero este año, tuvimos que diseñarla con lo mejor que somos como equipo y como individuos. Con esto presente, los profesores Marcelino y  Jonathan dieron forma y bienvenida a más de cien actividades (ciento dos para ser precisa) y nosotros, los artesanos de la feria, nos encargamos de que la ejecución de estas fuera eficiente y excelente. Fue así como entonces seis días (desde el 27 de noviembre hasta el 2 de diciembre) se convirtieron en una de las celebraciones más grandes de la universidad.

Recuerdo el miedo al ver la grilla que no paró de editarse sino hasta el fin de semana previo a la inauguración. Creo que todos teníamos la misma pregunta ¿Nos daremos abasto? ¿Podemos con tanto? Estamos hablando de más de quince presentaciones de libros, casi diez talleres, tres eventos protocolares y múltiples conferencias y tertulias… por no mencionar la venta de libros. Todo en menos de una semana… ¡Ja! Sí fue posible y por supuesto que se logró.

Primero dimos la bienvenida a los caballeros que pacientemente instalaron las carpas y kioscos en el campus de la UCAB, convirtiéndola en un oasis blanco con luces amarillas que, al menos para mí, brindaba cierto encanto propio de Las mil y una noches a nuestros jardines ¡Qué lindo es caminar entre aquellos kioscos blancos, pero más lindo es ver como cobran vida con los libros y sus libreros! 

Después de eso nos dividimos las actividades y fue así como todos, los integrantes de este equipo, dimos inicio a nuestra feria.

Eduardo Liendo

Este año la pregonera fue Diajanida Hernández, cuyo discurso enfatizó la relevancia que tienen los libros y la academia en un contexto como el que hoy en día atraviesa el mundo. No pude estar más de acuerdo con ella a lo largo de la semana, pues aunque se supone que tenía que brindar apoyo técnico y cubrir como prensa a las actividades, todas y cada una de ellas logró conquistar mi atención y robarme algunos minutos de mi tiempo para transmitir una idea valiosa. Algunas de ellas fueron: la presentación del poemario Las horas negras de Raquel Markus-Finckler en donde reflexionamos sobre el Holocausto y la huella que dejó tatuada en nuestro mundo, pero que, me temo, muchos ignoran. Los homenajes a Victoria de Stefano, El Papel Literario de El Nacional y a la editorial Pre-Textos, por sus grandes aportes y apoyo al mundo de las letras venezolanas. El toque de la Banda de Guerra del Colegio San Ignacio que, cual flautista de Hamelin, guio a las personas al auditorio Hermano Lanz en donde proyectaron el documental que narra los cien años de existencia de la institución. 

Todos y cada uno de los documentales que se proyectaron a lo largo de la semana, Divina Pastora de las Almas; Samuel Darío Maldonado. Un río por explorar; OZZIE, la historia de Oswaldo Cisneros Fajardo y La aventura del café de Venezuela, fueron de la mano del equipo de Cinesa quienes desde ya hace varios años son aliados que con su lente muestran a la audiencia historias inspiradoras que permiten mirar a nuestro país desde nuevas perspectivas. Lo mismo ocurrió con la proyección de la película Simón (2023) de Diego Vicentini y el foro que la acompañó, pues inevitablemente con ella conectamos de una manera que no es fácil definir para la mayoría de las personas, pero que sin duda todos comprendemos.

Otro momento que considero que vale la pena destacar fue la entrega de la Orden UCAB. Este es el reconocimiento más grande que puede dar nuestra universidad y se le entrega a personas cuyas labores hayan impactado significativamente al desarrollo de Venezuela. Este año fueron dos hombres quienes la recibieron. Eduardo Liendo, escritor y profesor; y Julio Castro, médico infectólogo. Ambos merecen ser llamados «maestro» aunque pertenezcan a mundos totalmente diferentes. El primero posiblemente pasará a la historia por ser el autor de una de las obras más importantes de la literatura venezolana, El mago de la cara de vidrio, y el segundo, hará lo mismo por su importante servicio durante la pandemia del Covid-19. Es verdad que ya conocía su trabajo, pero creo que este fue, por mucho, uno de los eventos protocolares más emotivos que ha tenido nuestra casa de estudios. Literalmente, más de uno soltó algunas lágrimas al escuchar los discursos de ambos caballeros.

Marcelino Bisbal

La Cátedra de Bello no se quedó atrás. Este año fue responsabilidad de Edgardo Mondolfi darnos una clase magistral sobre Andrés Bello. Para el que no lo sepa, la razón por la que la FLOC se realiza en la última semana de noviembre es porque el 29 de dicho mes se celebra el día de Andrés Bello y, al ser este nuestro nombre, no nos parece una mejor manera de celebrarlo que con una festividad que, sin duda, él habría disfrutado. El señor Mondolfi, quien es miembro de número de la Academia de Historia de nuestro país, nos deleitó con una historia tan vívida y emocionante que, estoy segura, nos permitió transportarnos en el tiempo.

Sería grato conversar de cada una de las actividades, pero eso tomaría demasiado espacio en este portal. No obstante, sí puedo decir que en esta feria hablamos de Inteligencia Artificial y de Tolkien, del Holocausto y de Harry Potter, del pasado y del futuro. Muchos son los temas e invitados con los que contó la feria, pero creo que vale la pena mencionar a cada una de las personas que hizo de estos eventos algo único y extraordinario: Zulay Álvarez, Meryi Barreto, Leonardo Mendoza, Ricardo Tavares, Marialejandra Díaz, Mary Carmen Navarro, Reyna Contraras, Isabel Valdivieso, Nacary Pérez, Jonathan López, Marcelino Bisbal, Octavio Armas, Sonia Godoy y mi persona, Sofía Avendaño. Somos un equipo que puede que a veces parezca pequeño, pero que, sin duda alguna, puede unirse para hacer cosas grandes.

Diajanida Hernández dio inició a la FLOC con las palabras “En el mundo postpandémico de hoy, en esta extraña realidad, con disparidades y contradicciones, de tiempo y cultura fracturadas, en crisis; en el duro contexto, que todos aquí conocemos, de la Venezuela actual, creo que somos privilegiados y afortunados de encontrarnos en este lugar”.

Tiene razón. Somos afortunados de contar con espacios en donde los libros, la cultura y el arte se reúnen para dar un mensaje de esperanza y optimismo en tiempos en los que sabemos que ambos conceptos son cuestionados y por eso, la FLOC sigue y seguirá porque como bien lo dijo nuestro lema de este año, tenemos a la esperanza como compromiso.