Texto de Victoria Velutini

 

 

En el desarrollo de la novela Oil Story, de Ibsen Martínez –y también, curiosamente, al final de la obra– se menciona el siguiente extracto de uno de los poemas del poeta norteamericano Delmore Schwartz: “El tiempo es el fuego en el que ardemos.” Pareciera que esta suerte de sentencia redirecciona el sentido de la trama y también sugiere al lector lo que se encontrará durante el desarrollo de la novela y esto es, precisamente, la base del argumento que me propongo a manejar. Sin embargo, primero quisiera presentar mi interpretación de este fragmento poético.

 

¿Sentimos el tiempo? Solo en nosotros mismos, el tiempo es individual y a la vez es colectivo, es decir, no podemos sentir el peso del tiempo en los demás, tan solo observarlo. Si el tiempo es el fuego en el que ardemos, entonces solo tenemos conciencia de él mientras estamos vivos. Y, a la vez, no podemos ser espectadores del mismo porque también estamos en él, nos rodea y nos construye. El tiempo nos consume, nos acerca a la muerte y dibuja fronteras en nuestra vida.  La llama y sus consistencia, durabilidad, es un completo misterio. Puede que arda por mucho tiempo o, en cambio, por muy poco. Sea cual sea el resultado, como no podemos verlo porque estamos inmersos en él, se torna corto. La vida es ínfima, es solo un momento, y también lo son los periodos por los que pasamos a lo largo de ella, se enciende y se apaga en un abrir y cerrar de ojos, todos debemos estar preparados para los cambios, pero quizá sea esto más fácil decirlo que hacerlo.

 

En este sentido, nos encontramos frente a una novela que nos advierte, rápidamente, sobre la inestabilidad que embarga al discurso. Schwartz se inserta en el texto del autor y sus palabras actúan como un pequeño llamado que descoloca al lector y que lo posiciona en la realidad próxima para que sea capaz de comprender los sucesos que ocurrirán en la narrativa.

La  “novela petrolera” de Ibsen Martínez, Oil Story, es una historia política y crítica que hace que dudemos del aspecto ficcional de lo narrado. Y eso es, precisamente, lo que hace una buena obra literaria de este género, nos induce en una realidad de la que nos es difícil salir o que, de alguna manera, se une con la nuestra, entrelazándose con lo que conocemos y solidificando la historia. En el caso de Oil Story, esto no sería un desacierto, ya que existe verdad en la ficción, el contexto y los sucesos en los que el autor introduce a la historia son parte del imaginario venezolano y se desenvuelve en periodos verídicos y conflictivos para nuestra sociedad.

 

La trama se desarrolla en las calles de Caracas, a finales de la década de los 90, en donde la Industria Petrolera vive una de sus mejores épocas y Venezuela se ubica en las primeras posiciones de producción mundial. El aparente crecimiento de la economía hace que la Industria se potencie y, con ella, crezcan las oportunidades de estudio en diversas áreas. Petróleos de Venezuela invierte en asociaciones, investigaciones y proyectos alrededor del mundo, lo que hace que su prestigio como empresa crezca y que sus trabajadores ganen renombre en el campo. Se convierte en un burbuja de prosperidad que, inevitablemente, tiene como destino la disolución, porque nada puede durar en un espacio en el que no hay bases sólidas.

 

La estructura de la novela también es cambiante. Coincide con los motivos literarios y con los arquetipos que el escritor construye. Por lo que pronto nos damos cuenta de que no existe una estancia segura, no hay nada que delimite estabilidad, más bien se trata de una constante lucha por mantener un estilo de vida o por alcanzar el bienestar mínimo, algo que le permita al otro “ser” y “vivir” sin “sobrevivir”. Es así como encontramos a los personajes principales, cuyas historias individuales remiten a una estructura mayor, es decir, todos ellos arman una especie de cuadro compuesto por secuencias fragmentadas que se repiten una y otra vez en diversos escenarios, como la misma historia del país.

 

El primer personaje que se le presenta al lector es Jerry Espinoza. Jerry es ingeniero de Petróleos de Venezuela, es decir, trabaja en la industria propiamente dicha y, por lo tanto, posee ciertos privilegios. Su postura en la empresa es neutral (aunque algo subversiva), pero podría decirse que se encuentra en una posición bastante estable y que su desempeño influye directamente en el crecimiento o en la caída de la compañía. Su esposa Natalia  también trabaja ahí y, sin contar con sus problemas de alcoholismo, su vida parece ir según lo que había planeado. Sin embargo, la noche en la que Natalia lo deja en el estacionamiento del aeropuerto, borracho y sin noción del lugar en el que se encuentra, se ve obligado a enfrentar un robo inesperado en el que termina por asesinar a su atacante y debe pactar con un submalandro para deshacerse del cuerpo y poder regresar a su vida normal. La culpa por el asesinato lo consume y empieza a afectar tanto su vida laboral como su vida personal.

 

Después está Guillermo, ávido narrador que posee el don del lenguaje. Es el escritor a quien confiesan todos los sucesos, el depositario de la realidad que posteriormente se convierte en literatura. Guillermo o Memo, es el amigo de la infancia de Jerry y se da cuenta, al poco tiempo de estudiar Matemática, que su verdadera afición es la escritura y que su personalidad no encaja en los moldes estipulados por la Academia, que está hecho de incongruencias, de cosas que no están hechas para durar. Cuando se encuentra a Jerry en una noche en la que salen a beber, este le cuenta la mañana siguiente que desea implementar un plan maestro para acercarse al candidato presidencial Hugo Chávez y que, para hacerlo, necesita de un escritor fantasma que redacte artículos semanales para una novedosa editorial petrolera. Guillermo acepta y su vida cambia a partir de entonces. Conoce a la mujer con la que quiere pasar el resto de sus días, se convierte en padre sin esperarlo y asume un papel que había deseado desde hace ya mucho tiempo.

 

Mayimbe es un personaje ambiguo, que se encuentra en una situación deplorable…es, como muchas otras personas, víctima de las circunstancias. Los actos delictivos que ha cometido no lo llevan a ser un malandro, pero tampoco es un ciudadano correcto, por lo que la calificación de submalandro calza perfectamente con lo que es: ni un extremo ni el otro, un extraño punto medio que es tan terrible como encantador. Se ve en la necesidad de pedirle trabajo a Jerry, pues no hay forma de que entre a la industria propiamente dicha sin una recomendación de alguien que ya esté dentro. La negación que obtiene de su antiguo vecino no le agrada y es por ello que en el momento en que encuentra a Jerry con el cuerpo casi inerte de un padre de familia, se aprovecha de la situación para extorsionarlo: roba su teléfono y llama a su esposa para contarle lo que sucedió la noche que lo dejó solo en el estacionamiento del aeropuerto.

 Lo que ocurre después de la llamada es una sucesión de eventos desafortunados que llevan al personaje a un hospital, gravemente herido, en donde deben amputarle la pierna y en donde conoce a Rosa, enfermera del hospital, que lo acoge en su casa y transforma su vida…Se mete en la piel del hombre que siempre admiró y, similar a una metamorfosis, asume el papel que el Negro tuvo en vida, convirtiéndose en un “ciudadano correcto”. La vida se redime con Mayimbe y le proporciona un futuro al que puede adaptarse rápidamente. Es él el prototipo de “ciudadano” que necesita el nuevo gobierno, alguien que esté dispuesto a seguir órdenes, sin oposición alguna, alguien que intenta proteger su bienestar porque nunca ha tenido nada parecido.

Finalmente, está el Negro Altuna. El lector no conoce al Negro Altuna, pero su presencia se halla en toda la obra. Desde el inicio, la voz poética del negro acompaña a los personajes y los guía en su camino. Es un refugio y un modelo ético y moral que logra condensar a los demás en un solo ideal. Escritor e investigador, el Negro Altuna realiza una labor investigativa sumamente importante, pero que pasa desapercibida en el campo cultural venezolano. Su trabajo es conocido por pocas personas y en ellas incluye a su familia y amigos. Sin embargo, años después de su muerte, Guillermo y su hija Berenice logran publicar toda su obra en la editorial de Jerry y su trabajo pasa a ser parte de la Biblioteca Oficial de Petróleos de Venezuela. Para ser archivado, una vez más…

 

Hay algo místico, además, en la historia paralela del Leviatán marino que se esconde en el Golfo Triste. Como si esto funcionase como una suerte de metáfora de aquello en lo que queremos creer, pero que verdaderamente no existe. La presencia de la ausencia les permite continuar con sus vidas, idear una fantasía en la que existe la posibilidad de grandeza y esa latencia es, por desequilibrado que parezca,  aquello que termina por concebir la realidad. Después de todo, es propio de nuestra cultura tomar refugio en el misterio, en la excusa del “quizá” o en una providencia que provea las respuestas que tanto necesitamos, pero esto solo resulta en la confusión y en la pérdida de un objetivo plausible que nos permita avanzar con seguridad.

 

Estas indeterminaciones modelan al contexto y hablan de una identidad que se encuentra en suelo movedizo. Todo es posible  en Oil Story, gracias a la falta de reglas que apoyan y fundamentan el ascenso o el descenso del individuo. De esta forma, los resultados no son predecibles y la jerarquización se desdibuja, ya que el escalafón más bajo puede llegar a posiciones de alto rango y viceversa en un giro radical. La problemática de Petróleos de Venezuela se reduce a esta instancia: creer que están hechos para perdurar y que la labor que realizan sólo puede estar en sus manos. La verdad es que la totalización no es posible y los planes a largo plazo, nos enseña el autor, perecen bajo el escrutinio de la cruda realidad.

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