Escrito por Victoria Velutini

El título de la obra de Fedosy Santaella es curioso a los ojos del lector…encontrarse con Las libretas ocasiona una involuntaria sonrisa (incluso antes de saber sobre su contenido), quizá por la familiaridad que estas producen, siempre compañeras de viaje, siempre al alcance de la mano cuando nos topamos con una idea que merece ser llevada a lo físico o cuando, en cambio, debemos ratificar la importancia de un hecho de forma inmediata, para volver al mismo en el momento que sea necesario. En medio de la pandemia –a la que denomina ‘Gran Encierro’– el escritor, ensayista y poeta venezolano reflexiona sobre el ámbito conceptual de este “cuaderno” y lo que significa en la vida de aquellos que se dedican (o no) a la escritura, mientras que rememora sobre sus propias libretas y las de otros escritores que han modelado directa e indirectamente su trabajo literario.

En Las libretas, el autor desmiente el aspecto peyorativo con las que se ha cargado a las mismas y, en oposición, dignifica su estado portátil y la manera en la que es capaz de contener lo más cercano al espíritu, ya que se encuentra libre de mediaciones sociales, es decir, es la representación más exacta de nosotros y por tanto es imperfecta y genuina. La libreta se convierte, entonces, en un espacio ajeno a las convenciones y a las reglas que promulgan el bien conocido orden. Carece de una estructura precisa –como lo haría un diario o una bitácora– y le permite a su portador la representación de lo más descabellado, de los garabatos más incomprensibles y de los dibujos ocasionales que se asoman en las esquinas de las hojas, más allá del “margen vertical”.

La estructura del libro es, sin duda alguna, ecléctica, y en varias ocasiones, no se sabe si se está leyendo un diario, un ensayo o una crónica. De cierta manera, el escritor le hace honor a su sujeto y objeto de estudio y se dedica a escribir y plasmar aquello que le interesa, sin preocuparse por estilos ni formatos, tal y como si estuviese escribiendo en una libreta que ha dejado en un lugar estratégico para que la hallemos y leamos con divertido interés. Esto le otorga un encanto particular a Las libretas, pues nunca se está seguro de lo que se encontrará en la siguiente página: desde los avistamientos del escritor desde su ventana, pasando por recreaciones de vagos e increíbles sueños hasta disertaciones sobre la poética en “La novela de Blas Coll”.

En el vaivén de planteamientos encontramos, no obstante, el hilo conductor que nos guía durante la lectura y ese no es otro sino el protagonismo de la libreta como archivo de la memoria, intermediaria y facilitadora de la posterior expresión articulada, así también como el énfasis que hace el escritor en poner en valor el papel fundamental que juegan al ser testigo de los cuestionamientos y de las breves iluminaciones que dialogan en nuestra mente hasta que logran encontrar una salida lógica que, a pesar de ser comprensible, pierde mucho de la inicial pureza con la que alguna vez se formularon.

El lenguaje de la obra ronda entre lo informal y lo formal. Se encuentra en un punto medio, debido a la diversidad de estilos con las que aborda el tema. Los textos más parecidos a un ensayo, es decir, aquellos que contienen citas textuales y extractos de poesía –como el que dedica a Nijinsky, Chéjov o Billy Collins– hacen uso de un tipo de lenguaje formal que, a veces, se encuentra con un comentario casual del escritor. Las anotaciones que realiza con respecto a su entorno y sus memorias, visibles en “Orgullo felino” y “La libreta de los misterios”, no pierden la estética de las otras, pero existe en ellos un tono cercano, característico de los textos epistolares, como si el escritor se estuviese dirigiendo a un viejo amigo.

El tono de Las libretas es tanto íntimo como crítico y, aunque parezca paradójico, está en perfecto equilibrio. Cada uno se adecúa por completo a la intención que reside detrás de cada escrito y no exige demasiado al lector, es decir, la transición es fluida y la manera en la que el libro se encuentra estructurado facilita la comprensión de la totalidad del mensaje. Es más, esta cualidad hace de Las libretas un texto singular y aumenta su valor, ya que propicia el interés: la lectura no se hace para nada tediosa, sino que el lector desea continuar leyendo y encontrar en esas libretas ajenas, indicios de lo propio.

En general, se trata de un libro inteligente, emocional y profundamente reflexivo. A través de lo que parecería un simple objeto, Fedosy Santaella nos hace reflexionar sobre la literatura, la vida, la poesía y el valor de la palabra en nuestro día a día. Dentro de cada uno de nosotros, menciona, “Existe otra vida. Entre el lenguaje cotidiano del hombre y el devenir de los sueños (…)” y esa vida se halla en las páginas en blanco de nuestras libretas, repletas de posibilidades y abiertas a cualquier destino, a cualquier expresión, puesto que en ellas no existe un juez déspota, sino el espejo que nos refleja.

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