Por Ricardo Tavares Lourenço

 

Alguna vez alguien preguntó a Max Weinreich cuál era la diferencia entre lengua y dialecto. Weinreich improvisó una respuesta que ha pasado a la posteridad: “Una lengua es un dialecto con un ejército y una marina”. A esta frase yo le añadiría esto: “e imprenta, medios y bytes”. Veamos por qué la imprenta primero, luego los medios de comunicación y ahora Internet han sido determinantes para la consolidación del estándar de los idiomas.

La imprenta como instrumento de fijación e instauración de los idiomas nacionales

La aparición de la imprenta de Gutenberg en 1450 coincide con un periodo histórico en el que los reinos europeos oficializan las lenguas vernáculas nacionales para facilitarle al pueblo la comprensión de las leyes y la administración de los Estados-nación surgidos en la Edad Media.

Si bien el latín seguía siendo una lengua internacional y prestigiosa dentro de Europa, sobre todo bajo los pilares de la Iglesia católica, la jurisprudencia y las universidades, escritores y pensadores de entonces comenzaron a entender que gracias a la imprenta sus libros podían llegar a un público mayor si los escribían en inglés, francés, alemán, castellano o italiano, según el caso. Gracias a ello, las lenguas nacionales se elevaban a un estatus literario y las obras publicadas por los autores de prestigio se convirtieron en los modelos para la fijación de vocabulario, gramática y ortografía. No es por casualidad que las primeras gramáticas de estas lenguas surgieran a partir de los siglos XV y XVI por todas partes, entre ellas la de Antonio Nebrija en el caso del castellano.

Esta valoración por las lenguas nacionales la expresa bellamente Cervantes en palabras de don Quijote: “el grande Homero no escribió en latín , porque era griego, ni Virgilio no escribió en griego, porque era latino; en resolución, todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar extranjeras para declarar la alteza de sus conceptos; y siendo esto así, razón sería se extendiese esta costumbre por todas las naciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni el vizcaíno que escribe en la suya” (Part. II, Cap. 16).

Los impresores, en esta onda, contribuyen decisivamente a la unificación de los sistemas de escritura. Son los encargados de fijar las reglas ortográficas con base en tres criterios: la pronunciación, la etimología, y el uso tradicional consolidado, lo que se traduce en la aparición de manuales y tratados sobre la ortografía en los siglos XVI y XVII (RAE y ASALE, Ortografía de la lengua española, 2010).

Lucièn Febvre y Henri-Jean Martin (La aparición del libro, 1958) exponen algunos casos ilustrativos. Empecemos por Martín Lutero con respecto al alemán: su traducción de las sagradas escrituras y la divulgación de sus libros, muy influyentes por el movimiento de la Reforma protestante, acabaron por convertirse en el referente del alto alemán y, en consecuencia, en la lengua literaria nacional. Para lograrlo, Lutero simplificó la ortografía y procuró seleccionar aquellas palabras que el pueblo usaba comúnmente y que tomó de varios dialectos. Por esta poderosa influencia, durante mucho tiempo los impresores no se atrevieron a contradecir estos criterios.

Con respecto al francés, Febvre y Martin explican que los impresores fueron mucho más conservadores al adoptar nuevos ajustes al sistema ortográfico. De hecho, prevaleció el criterio etimológico y la tradición, de ahí la poca consonancia entre la escritura y su pronunciación.

En el caso del inglés, Patrick Orpen Dugeon, en Breve historia de la literatura inglesa, aporta este dato: “Algo de suma importancia para la literatura ocurrió en 1483: William Caxton, mercader londinense, estableció la primera imprenta. Imprimió obras de Chaucer y Gower y así ayudó a establecer la supremacía del dialecto este central del inglés medieval”.

Los medios y la web como consolidación del estándar de las lenguas globales

Tanto los medios de comunicación como Internet están fomentando una estandarización de las lenguas mucho mayor que la planteada hace quinientos años por la aparición de la imprenta. Esta vez, la audiencia es global, por lo que ya no domina el dialecto de poder político, sino un dialecto cuasiartificial producto del consenso de los hablantes de varios países.

Como ejemplo de esta estandarización moderna, tenemos el llamado español neutro. En él se privilegian no solo los vocablos comprensibles para todos los hispanos, sino que la pronunciación y la entonación no sean marcadas por la región específica. Tal como sucedió con la imprenta, los medios audiovisuales han sido pivote, en especial en la publicidad, telenovelas y doblajes. Si bien gente critica que esta variante es “amexicanada”, cada vez es común su impulso en Estados Unidos, país que acoge a latinoamericanos que entienden más rápido la palabra piscina que alberca o pileta. Otro ejemplo es el del portugués y el Acuerdo Ortográfico de 1990, un esfuerzo de 8 países que busca unificar su sistema ortográfico para proyectar este idioma es la esfera internacional.

Es ilustrativo el caso de Wikipedia, que hace hincapié en que debe prevalecer el estándar, en especial en aquellas lenguas habladas por muchos países. Acá debemos considerar que son decenas e incluso centenares de personas de varias nacionalidades que pueden intervenir en la redacción, edición y  corrección de un artículo.

En síntesis, la estandarización de una lengua no solo la promueve el polo de poder de una nación mediante su sistema educativo, sino, y sobre todo, su difusión masivamente en libros, medios de comunicación e Internet. En consecuencia, sus productos editoriales se transforman en modelos lingüísticos para la sociedad y ello explica en buena medida por qué algunas lenguas han destacado históricamente en detrimento de otras.

 

Artículo publicado por primera vez en Mediopliego Nº 9.

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