Escrito por Victoria Velutini

 

La palabra no es el sitio del resplandor, pero insistimos, insistimos, nadie sabe por qué.

(Memorial, 1977)

 

 

Existe algo tan noble en la persona que es Rafael Cadenas que es difícil ponerlo en palabras. Su obra es, en mi opinión, uno de los ejemplos más contundentes de la creación poética nacional. No creo que esto sea una exageración, pienso que muchos aceptarán esta que es, en mi aún corta experiencia, una verdad que resuena en mi mente y que creo compartida entre las miradas de quienes lo han leído y visto, intercambiado con él unas cuantas palabras o escuchado sus lecciones como profesor universitario. El poeta ha dedicado su vida a la búsqueda del núcleo que nos permite comunicarnos, expresar de forma articulada las incongruencias del subconsciente y, definitivamente, aquello que nos diferencia de todas las especies de la Tierra: el lenguaje.

La labor que realiza aquel que decide consagrar su vida a la poesía es extenuante y silenciosa y es en estas dos dimensiones que he querido centrar el presente texto. La poesía es, incluso para los lectores frecuentes, una dimensión literaria compleja. Se intenta encontrar el sentido de una representación que es, en esencia, imposible de capturar, cuya naturaleza está en la fluidez de su significado y en la capacidad que tiene de retratar el sentir humano con la precisión de un objeto que, aunque paradójico, tiene las mismas características que el yo, que el individuo.

Portada de “En torno a Basho y otros asuntos”.

Cadenas es un interesado por la palabra, quizá este sea el secreto de tan prolífica carrera: la curiosidad que nunca descansa. Su anhelo por deshacerse de todo lo que sobre en el arte poético es tal que exhibe aspectos orientales en sus últimos ejemplares, por ejemplo, Sobre abierto (2012) y En torno a Basho y otros asuntos (2016). Cuando me refiero a “lo oriental”, quiero decir a la estética minimalista, desligada del adorno innecesario y que carga con ella lo que se considera esencial. Entonces, si la palabra se encuentra desprovista de ornamentación, necesariamente debe querer conseguir la exactitud, el epítome de su forma. Este es el ejercicio que el poeta ha hecho a lo largo de su trayectoria, ejercicio que requirió de ensayo y error, de investigación interna y externa, y que ahora se acerca a la “orilla” prevista.

Esto también se adjunta al que enuncia, al poeta, es decir, para alcanzar el fondo de la palabra debe él, por su parte, integrar estos preceptos a su propia vida, a la realidad que lo modela y que necesita para poder concretar el acto poético. El ego se desplaza a otros espacios, las imágenes preconcebidas se regeneran y, entonces, hay lugar para la pureza de lo que no ha sido contaminado, ni generado con la expectativa de propiciar reacciones, solo para decir, ser.

La grandeza del acto debe reducir al autor a un estado de humildad perenne. Parece esto ser un requerimiento no negociable en el mundo de la poesía (y de las artes, en general), de otro modo el producto final se alejaría de todo lo que defiende y tratando de ser más de lo que le es inherente, se deformaría. El mensaje llegará al destinatario, de eso no hay duda alguna, pero su valor será significativamente menor al que pudo poseer el “cuerpo potencial”. Al menos esto es lo que, al leer al poeta, he podido precisar con respecto a la postura que los críticos, literarios y escritores han venido planteando desde hace ya algún tiempo cuando se refieren a la poesía. Verdaderamente, su obra ha servido como una cronología poética de nuestro país y de la vida misma, del universo que albergan los hombres.

Portada de “A Rilke, variaciones”

Todo apunta a que su más reciente poemario A Rilke, variaciones (2024) editado por Galaxia Gutenberg, seguirá el mismo hilo de reconocimiento y de estilo que los anteriores, ya que si algo caracteriza a Cadenas como poeta es su constancia y su clara afición a la investigación, es decir, que no descansa tras fijar su vista en un objetivo.  La obsesión es, al igual que la curiosidad, otro de los elementos identitarios (y necesarios) de un poeta. No obstante, ningún otro poemario del “maestro” había tenido una dedicatoria tan directa, lo que demuestra que la conexión que lo une a Rilke es, quizá, más grande de lo que muchos habían previsto. Recuerdo leer un fragmento de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910) y pensar que algo como eso lo pudo haber escrito Cadenas en otro formato, lejos de las ataduras de la narrativa y que parte de su pensamiento podía hallarse en esas líneas…

El próximo 23 de abril se presentará, dentro de las distintas celebraciones y eventos que se han desarrollado con el propósito de celebrar su nonagésimo cuarto cumpleaños, el libro Aún a tiempo (2024) por la Fundación para la Cultura Urbana, en las instalaciones de la Universidad Católica Andrés Bello. Dicho libro se adjunta a la colección de ensayos que ha presentado con anterioridad, como Realidad y literatura (1979) y En torno al lenguaje (1985). Aunque el trabajo ensayístico de Cadenas no sea tan conocido como su poesía, es casi tan importante como el último, diría que no hay manera de juzgarlos por separado, sino que más bien se trata de un diálogo interminable que incide en ambos géneros: lo que se defiende en los ensayos se consigue en los poemas y mucho del lenguaje poético de Cadenas puede encontrarse en sus ensayos.

Un autor “completo” (que no se contradiga con frecuencia y cumpla con su discurso) no es común, pero tenemos ante nosotros un artesano de la palabra que se ha tomado el tiempo de reflexionar sobre la vida interior y exterior, y el espacio periférico que ocupa la poesía en el escenario total con una perseverancia increíble. Su trabajo es una representación sobre lo que es aprender a aceptar el vacío que nos corresponde. Eso es todo…mas ¿no es acaso inmenso? Cadenas, como todo poeta, se encuentra marcado por la humildad y la grandeza de la búsqueda infinita, por la dicotomía de una vocación que es tan solitaria como celebrada. Su legado, espero, se expandirá tanto como dure el tiempo.

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