Por Sofía N. Avendaño y Sofía Mogollón

“Yo soy la imprenta”.

-Javier Aizpúrua

El 27 de septiembre fue un día lluvioso en la ciudad de Caracas. Las calles estaban congestionadas y el sol decidió no aparecer en ningún momento. Era un día para disfrutar de la intimidad y, por consiguiente, un día ideal para compartir una grata conversación con esas personas que saben, con pocas palabras, dibujar la historia.

Javier Aizpúrua, fundador de la imprenta ExLibris y de Camelia Ediciones, nos recibió en lo que otrora fue la imprenta más importante de Venezuela y que hoy en día no es más que una futura despedida. Allá, oculta tras una muralla de funcionarios policiales y resguardada por los espacios de la Universidad Monte Ávila, se encuentra en el piso 1 del edificio Malorca, la imprenta que, durante años, dio vida a los libros más valiosos escritos y producidos en el país y que la hizo merecedora, junto a su fundador, de ganar dos Letras de Oro por los libros más hermosos.

 

Aquel día, el equipo de ExLibris se encontraba ordenando su inventario y, entre los quehaceres de la jornada, Javier nos dio un tour entre las máquinas y mesas de trabajo, durante el cual respondió a las algunas veces pertinentes -y otras no tanto- preguntas que llevamos para él.

¿Cuándo inició su trabajo?

Ya había ocurrido el terremoto del 67.

Me llamó la atención un sonido que no sabía qué era y, cuando vi que entraron unos obreros me acerqué a ellos para preguntarles qué hacían allí. Y pues me quedé en la imprenta Arte. Me llegó el virus de la tinta y me quedé.

¿Cómo decidió crear su imprenta?

Llegué a un nivel en donde no podía hacer más en dónde estaba. Había cosas que no me gustaban y decidí que era mi momento de independizarme. Me tomó un año armarlo todo porque incluso tuve que pedir un crédito. Claro que tuve el apoyo de mis socios Quique González y Alfredo Rodríguez.

¿Lo suyo siempre fue la imprenta o también entró en el área editorial?

Ambas. Aquí tuvimos a nuestros diseñadores y diagramadores. En especial a Álvaro Sotillo que es mi hermano del alma… La pasamos muy bien.

Mi proyecto editorial es Camelia, lo comparto con María Angélica Barreto. Tristemente cerrará junto a ExLibris. Vamos a publicar nuestro último trabajo pronto. Aunque por el momento no puedo dar muchos detalles. Solo adelantamos que es un trabajo de lujo.

¿En qué año surgió su editorial?

Hace 25 años y todo se dio sobre la marcha. Se escogió un texto nuevo, se llamó a un diseñador y se hizo un buen trabajo. El criterio era uno, algo que nos gustara. Al ojo y sin hablar. Todo muy instintivo.

¿Cuál es el oficio de la imprenta?

Después de diseñar y hacer el montaje, se producen las planchas, que antes eran a partir del negativo y ahora todo es desde la computadora. Esas planchas vienen aquí para imprimirse. Después se toma el pliego y se dobla, se cortan y, por último, se encuaderna. Después se revisan los ejemplares.

Yo llegué a tener 27 personas trabajando y ahora somos solo cuatro. Todo lo que se ha hecho en los últimos tres años lo hemos hecho nosotros cuatro. Una labor titánica a la que nadie le quita lo bailado.

Cuando hacen las pruebas de color con una editorial ¿Cómo es?

Eso se hace en pruebas digitales, pero yo no las hago. Las personas confían en nuestro trabajo. Saben que pueden venir a ver lo que hacemos.

¿Quiénes son sus clientes más leales?

Todos. Nadie se ha ido, aunque claro que Polar es quien más nos ha ayudado.

¿Cuál ha sido su trabajo favorito?

Mi trabajo favorito siempre es el último que estoy haciendo, y es que mi equipo es muy bueno. La base de todo trabajo es el equipo. Ellos tienen que sentirse involucrados y celebrar sus triunfos porque al final los premios son de todos.

¿Sobre los reconocimientos…?

No me importan. De verdad no. Los premios son buenos para los diseñadores, eso reconoce su trabajo y los catapulta. A mí me interesa el valor del trabajo, que se reconozca que el equipo es bueno y que los diseñadores son extraordinarios.

¿Cómo es su trato con los diseñadores que han pasado por aquí?

Muy bueno. Tienen puertas abiertas. A mí los diseñadores me llaman 0800-Javier y es que la mayoría se ha formado aquí.

¿Usted trabajó con Leufert?

Sí claro. Era un amigo muy querido. Todos los que trabajaron en esa época son extraordinarios.

¿Cuánto tiempo puede demorar en terminar un libro?

Depende de que tan difícil sea. Algunos los hacemos en 24 horas y lo hacíamos a la antigua. Y es que el avance tecnológico ha impactado en la calidad, pero en el tiempo no tanto. Antes, cuando estaba en Arte junto a Monte Ávila Editores hacíamos 150 libros al año de 3000 ejemplares cada uno y solo a esa editorial. Son muchos.

Entonces, ¿usted cree que el factor digital sea determinante?

No para mí. La tecnología es una maravilla, pero miren esto, la transcripción de lo que ocurrió con la llegada a la Luna lo hizo Penguin junto a Monte Ávila Editores. Se aliaron para publicar eso. Y aquí llegaban todos los textos en inglés en valijas diplomáticas durante semanas. Aquí se traducían y se componían. Se hacían las pruebas y se corregía. Después de 21 días, salió la publicación. Esa fue mi graduación de impresor. Y hacer eso hoy no es tan fácil.

Lo que se hacho hoy es cambiar a las personas por lo digital.

Hablemos del libro digital ¿Opacó a la imprenta?

Una vez, cuando era presidente vitalicio de Pro-diseño, alguien dijo que el libro había muerto por lo digital. Yo esperé a que terminara de hablar y después le hice la pregunta ¿Cómo usted se enteró de eso? A lo que él respondió “Lo leí en un libro”. Y se dio cuenta de mi respuesta.

Ahora con la pandemia hubo un resurgimiento en la lectura del libro físico. Él tema es que hay problemas para imprimir porque no hay suficiente papel, pero también el problema que tiene lo digital es que todo se está unificando. No hay variedad en la edición… Ni siquiera con los libros infantiles.

En Camelia no hay dos libros iguales. Redondos, cuadrados… hemos hecho de todo, y lo digital quita esa variedad. Aunque tristemente eso es lo que viene.

Leí hace un tiempo que en Francia estaban preocupados porque el vocabulario de los niños se había reducido a la mitad por culpa de los celulares y de lo digital. Así lo explica Rafael Cadenas en su libro Entorno al lenguaje. El lenguaje es uno. Es el motor de todo. Es una manifestación de la identidad y es preocupante el efecto que lo digital tiene en él.

¿En dónde comienza el arte de hacer un libro y en dónde se cruza la línea de la producción masiva?

No importa cómo sea el libro. Todos son libros y aunque algunos son lujosos y otros sencillos no se pierde el valor intangible. Hacemos libros, no etiquetas o demás basura que se puede botar.

¿Cuál diría entonces que es el valor de producir libros?

Estamos difundiendo cultura ¿No? Miren el Diccionario de Historia de Venezuela de Fundación Polar, es el libro que más se revisa en la biblioteca nacional y esa es una alegría para uno.

¿Puede imaginar su vida sin haber trabajado en la imprenta?

De ninguna manera. Yo soy la imprenta.

¿Cuál es su legado?

Mis libros. Creo que los he hecho bien y son lo que dejo.

 

 

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