Por Clara De Lima

 

Las posibilidades del libro y del lenguaje son infinitas y en ellas podemos integrar otras disciplinas. Simón Rodríguez lo expresa muy bien en su definición “escribir es pintar con palabras”.

En una clase de Literatura, la profesora preguntó si Don Quijote era real o no. La mayoría respondió que no lo era; algunos otros dijeron que sí. Se inició entonces un debate entre lo desconocido-real y lo conocido-irreal, pues los que afirmaron la existencia del hidalgo alegaron que todos tenemos su imagen en nuestro recuerdo, como no la tenemos de millones que habitan en la Tierra. “Sabemos cómo luce, cómo camina, cómo piensa, cómo habla… Es más real que tú y que yo”, afirmó el estudiante. Quisiera que esta pregunta, detonante de tantas opiniones, me sirviera de camino para esbozar algunas reflexiones sobre la literatura, el libro y la comunicación.

Ahora que ha pasado un tiempo desde aquel día, aparece una tercera respuesta entre el “no” y el “sí”: realidad y ficción no son excluyentes. Estaría bien expandir nuestro concepto de lo que es real, para expandir nuestro mundo. Deberíamos darle más espacio y tiempo al proceso de pensar, imaginar y crear, acciones que corren naturalmente en la lectura. De hecho, y si se me permite la tan usada referencia, bien lo expresa Dumbledore en el bestseller que no mencionaré:

“─Dígame una última cosa ─pidió Harry─, ¿esto es real o está pasando solo dentro de mi cabeza?”. A lo que Dumbledore responde: “─Claro que está pasando dentro de tu cabeza, Harry, pero eso no quiere decir que no sea real”.

Muchos dicen escribir para escapar de su entorno, pero la ficción se nutre de la realidad. Es una relación orgánica en la que es difícil establecer límites, especialmente en los libros, esos salvaguardas de nuestras memorias como sociedad y como creadores de otros universos. No por nada la historia y las historias comparten el mismo nombre, como lo recuerda Mallarmé, “todo en el mundo existe para concluir un libro”.

Partiendo de esta frase, podemos decir que, así como el mundo va construyéndose y cambiando, el libro va adaptándose a él: de las tablillas de madera al pergamino, del pergamino al papel, y del papel a las pantallas. Quién sabe, quizás en unos años veamos a los PDF y los ebooks como hoy vemos a los rollos de papiro. Esta evolución es constante, pero el rol del libro se mantiene al transmitir conocimiento de generación en generación. Sin importar el formato en el cual se comparta, el contenido de los libros y la conexión que genera entre las personas es real. Ya lo dice Antoni Pasquali, en el documental homónimo sobre su vida, refiriéndose a las comunicaciones: “La diferencia entre real y virtual no existe. Esa comunicación es real, es inmediata, es global” y, así ha sido, es y será el libro para nosotros.

Entonces, si todo lo que sucede en el mundo puede ser contado, lo que requiere de toda una vida, durante siglos y ciclos, los libros lo describen eternamente con diferentes lenguajes: el condensado y sensible de la poesía, el descriptivo y lleno de personajes de la novela, el de las enseñanzas de los cuentos, el testimonial de los textos periodísticos, el de las crónicas… Pero cada uno habla desde incontables bocas, desde cada autor y desde cada lector.

Incluso hablan sin palabras, como se planteó en el taller sobre intervención del libro (evento “Celebrando entre libros”, 14 de mayo de 2019, UCAB), en el que Víctor Hugo Irazábal y Humberto Valdivieso mostraron que no hay límites para describir al libro: texturas, colores y formas diversas, libros quinestésicos para niños y la escritura caligráfica de Simón Rodríguez fueron algunos de los temas propuestos para “romper la estructura y buscar otras experiencias en la lectura”, en palabras de Valdivieso.

Las posibilidades del libro y del lenguaje son infinitas y en ellas podemos integrar otras disciplinas. Simón Rodríguez lo expresa muy bien en su definición “escribir es pintar con palabras”. Fernando Pessoa también nos comenta acerca de esta fusión “Todo arte es una forma de literatura”, puesto que “todo arte consiste en decir algo”.

Pessoa también afirma que “el arte es una interpretación de la vida”, una ventana desde la cual mostramos cómo vemos el mundo. Al integrar estas percepciones, construimos las bibliotecas de la sociedad; con las reflexiones, recuerdos y las imaginaciones que expresamos en los libros, añadimos colores al vitral de nuestra cultura. Desde niños llenamos nuestro mundo de lenguaje y, a medida que vamos creciendo, él también lo hace. Nosotros lo generamos y él nos alimenta. El lenguaje construye realidades tanto como nuestros actos. Nosotros y la realidad, el acto y la palabra: los protagonistas de esta historia, bella y terrible a la vez, que siempre estamos escribiendo.

 

Texto publicado en el ejemplar Nº 5 de mediopliego. Primer semestre 2019.

 

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