Sofía Mogollón

En el 2004 la producción editorial en nuestro país, según la revista Producto en su artículo “Libros en auge”, se situaba alrededor de las 25 millones de ventas al año con la publicación de novedades oscilando entre los 3 mil ejemplares. Un número, no solo poderoso, sino además difícil de creer y triste de revisar si observamos en detalle las cifras actuales.

Estos porcentajes no solo se ven reflejados en el mercado editorial per se, sino también en la desaparición física de cientos de librerías alrededor del país, ferias de libros, y espacios culturales cuyo fin primordial es buscar la difusión de la lectura.  Así, en un contexto como este, el interés por la literatura no solo se ha difuminado hasta casi desaparecer, sino que las iniciativas que nacen de proyectos privados y que se dirigen a sectores, en su mayoría, populares, encuentran un camino tumultuoso en la búsqueda de textos accesibles a los recursos y situaciones de los involucrados. Con esto nos referimos, claro, al material impreso. Un formato casi extinto en una Venezuela donde el papel se limita al monopolio que detenta el gobierno y los altos costos que representa una publicación en físico.

En el estudio antes citado se explicaba como en aquel momento eran más las personas que adquirían el habito de la lectura, pero que aún se apostaba por más: “El venezolano está leyendo más hoy, pero no es suficiente para alcanzar el grado de desarrollo que esperamos…”. Así, la práctica que parecía estar en auge en algún punto de la década del 2000 terminó por extinguirse con la precariedad económica que arropó a los diversos sectores del mercado, el editorial incluido entre ellos.

Es importante entender que cada una de las apuestas por el desarrollo y la difusión de la cultura en nuestro contexto actual supone un riesgo financiero e incluso un revuelo social: entre los números millonarios que encabezaban las listas de ventas del 2000-2006 es importante mencionar el campo educativo. Por tanto, la inclusión de planes del estado cercados por la ideología del gobierno de turno, persiguió y aún persigue condicionar la mirada de niños y jóvenes en las aulas de clase, lo que nos relega a un país más precario en criterio y libertad de pensamiento.

 

“Solo una pausa”

 

A mediados de abril del presente año se dio a conocer el cierre de dos librerías insignes de la urbe caraqueña: Entrelibros de Los Palos Grandes, y Estudios ubicada en La Castellana. Estas sedes han albergado por décadas buena parte del movimiento cultural de la capital y han servido como puente entre diversas orillas de la literatura universal. Sin duda alguna, enunciarlas en pretérito resulta desolador para quienes hemos hecho vida en sus espacios.

Sin embargo, y como se ha venido asomando, estas no han sido las únicas clausuras que se han llevado a cabo en los últimos años: en 2018 la librería Lugar Común cerró sus puertas en Altamira, una de sus sedes más frecuentadas por la movida caraqueña. En ella acontecían presentaciones de libros, creación de talleres y tertulias literarias. Quienes la conocieron y visitaron pueden dar fe del gran aporte que supuso al brindar espacios de crecimiento y oportunidad para escritores y también para lectores en constante expansión.

Como lo dijo Garcilaso Pumar, fundador y director de esta red de librerías, esto sería “solo una pausa” y es que la creación de este proyecto supuso una apuesta por el desarrollo de la gestión cultural en nuestro país.

Pensar en los libros como elementos que propician la cultura más allá de los límites físicos del propio objeto, es una oportunidad para revisar el contexto que nos precede y la sociedad que podemos llegar a ser a partir del rescate de la lectura, sus espacios de difusión y la reflexión –tanto individual como colectiva- que se gesta desde la reproducción masiva de un libro.

Al final, la apuesta por la “diversidad ideológica” como se asomaba en el artículo citado, seguirá siendo el norte en un país que busca ser más cónsono con los ideales de una sociedad democrática en la que textos, relatos y ensayos de diversa índole puedan existir sin temor al olvido y la censura.

*Este artículo se publicó en la primera edición del 2021 de Mediopliego. Disponible en nuestra librería digital.

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