Por Sofía Mogollón

 

 

En Cartas a un hijo, Carlos Dorado traza un puente imaginario entre el pasado y su presente para contarnos -tanto a los lectores como a sus hijos- diversas lecciones de la vida, sus años de formación junto a sus padres, la transición de la tierra paterna, en España, a la vida acelerada en la capital caraqueña, así como las diversas reflexiones que surgirán a partir de estos acontecimientos. De esta forma, Dorado logra que su obra venza al papel en el tiempo y se vuelva atemporal a través de la narración epistolar y las temáticas que toca, y es que como dice Nelson Bocaranda Sardi, prologuista del libro, “(…) las cartas podrían, fácilmente, recordarnos las fábulas de Esopo o El libro de las virtudes de William J. Bennett pues, con plasmar en sus misivas experiencias de la vida real, o citas desde el más común de los mortales hasta conocidos escritores, nos hace partícipes de situaciones que, sin duda, nos enseñan a ver la vida desde otro ángulo y nos hace reflexionar en los minutos que las leemos”.

 

La prosa del autor, su manera breve y sencilla de contar, nos envuelve en un halito pasivo, nos invita a convertirnos en lectores atentos a sus cartas que serán claves para entender su visión del mundo y la que pretende imprimirles a sus hijos. Cada una de estas historias, 35 en total, exploran diversos aspectos de la vida humana, reflexionan sobre las decisiones de sus propios padres, las cuestionan pero nunca las debate, y observa, con la mirada inocente del niño que fue, los acontecimientos más pequeños -o al menos en apariencia- que marcaron sus primeros años.

 

Carlos Dorado también aborda una temática que, hoy por hoy, se ha vuelto afín a la realidad venezolana: la emigración. A través de sus memorias, el autor induce una serie de relatos en los que él es protagonista y en donde, además, pueden verse reflejadas diversas realidades y familias de nuestro país. Dorado lo retoma con la calma propia de quien ha hecho suya una geografía ajena luego de varios años: “Le pregunté a mi madre cómo le llamaría al primer viaje que hicimos y me contestó ´viaje desgarrador´, contestó”.

 

Como estas, se repiten otras situaciones que nos hacen comunes los unos a las experiencias de los otros. Es de esta forma que Dorado edifica el imaginario de sus relatos y les forja una identidad clara desde la primera carta, y es así como el lector transita un camino de altos y bajos que desembocan en, lo que él mismo llamaría, “el viaje de la vida”.

 

Al final, lejos de pretender ser un texto aleccionador, Cartas a un hijo se presenta como una obra noble que nace desde la concepción primaria del ser padre y el deseo de prolongar la existencia a través del papel. Una combinación infalible a la vez que conmovedora en la que lectores -sin importar edades o estatus sociales- sabremos reconocernos.

 

 

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