Escrito por Juan Manuel Fuentes Salonia
Aquella imaginación que no reconocía límite alguno, ya no puede ejercerse sino dentro de los límites fijados por las leyes de un utilitarismo convencional; la imaginación no puede cumplir mucho tiempo esta función subordinada, y cuando alcanza aproximadamente la edad de veinte años prefiere, por lo general, abandonar al hombre a su destino de tinieblas
André Bretón
Decir que el cine latinoamericano carece de imaginación sería un insulto a los miles de creadores que se esfuerzan día a día en representar nuestras realidades creativamente a través de la imagen en movimiento, pero el problema principal radica en aquella palabra: realidades. El cine latinoamericano es, en su mayor parte, un cine muy realista. Esto está bien. Este tipo de cine apoyado en la realidad es necesario, pero, sin ánimos de ofender el intelecto o la ingenuidad de mis compañeros, me parece tormentosamente aburrido. No hace falta tener que ir al cine para ver lo que está pasando en la calle de al lado. Basar nuestro cine únicamente en la realidad latinoamericana resulta limitante.
Es cierto que el punto de partida para escribir historias es la experiencia personal, pero a la hora de hacer cine, estas historias al final siempre se limitarán a lo que el presupuesto o la disponibilidad de los equipos dictamine. No culpo a los cineastas que, en el contexto en el que se encuentran, hagan cine realista, porque no somos Hollywood para hacer grandes espectáculos de acción y efectos especiales. Pero yo no crecí viendo cine realista, crecí viendo monstruos, caballeros, castillos y naves espaciales. Soñaba con ser un mago, tener un dragón de mascota, y vivir en un mundo poblado por robots mientras viajaba por el universo sobre un crucero espacial de clase Venator. No encuentro felicidad en la realidad. No me interesan los asuntos del hombre cotidiano. Mi experiencia personal es la fantasía, y no puedo, no, me rehúso a limitar mi creatividad a la realidad por conveniencia, a pesar de no poseer ni un dólar, euro, rublo, libra o bolívar que me permita construir de cero los mundos que los grandes estudios pueden hacer con unos cuantos millones de dólares. Realizar cine fantástico sin límites con muy bajo presupuesto es un desafío muy grande, pero es realizable.

Llamageddon (2015) Howie Dewin
Observemos al primo del cine: el teatro, el espectáculo original. En el teatro se comprime un universo entero dentro de un espacio pequeño, pero para que esta compresión sea posible es necesario que el equipo de producción de la obra y los espectadores trabajen juntos usando la imaginación, porque a fin de cuentas es imposible construir un castillo real dentro de una pequeña sala. Al asistir a la sala, uno no espera ver algo real, pues desde el principio absoluto comprendemos que lo que se verá es una dramatización. Este conocimiento de que lo que vemos no es real, paradójicamente, nos permite involucrarnos en el espectáculo, tomando lo representado como real dentro de su propia ficción. Entonces, se nos olvida que el fantasma es un hombre con una sábana, que el caballero está vestido con una armadura de papel aluminio y que los extraterrestres son simples humanos con máscaras de papel maché; asumimos que un espacio cerrado, oscuro y algo húmedo de menos de tres metros es un gran desierto que se expande por kilómetros, y que con una máquina de humo se puede crear una bruma densa e impenetrable. Sin la existencia del pacto metaficcional no existiría el teatro, que no tiene que esforzarse en ser creíble para generar emoción en el público: ¿por qué no aplicar esto al cine?
Georges Méliés, como dramaturgo que fue antes de ser cineasta, comprendió las ventajas que tenía el cine sobre el teatro con respecto a la practicidad. Él tampoco estaba interesado en representar la realidad, sino en elevarla a través del celuloide. A través de sus experimentos, y los de muchos otros, se fundamentaron las bases del cine fantástico. Sin embargo, con el paso de los años, los caminos del cine y el teatro se separaron y, en vez de que el cine busque presentar una realidad elevada y sorprendente de la misma forma que el teatro, haciendo que obra y espectador trabajen juntos a través del pacto metaficcional, el cine buscó crear una realidad tan perfecta que a uno se le olvide que está viendo una película: cortes invisibles, modelos hiperrealistas de personajes, simulaciones de físicas exactas. Si bien esto es positivo, pues maravilla al público y le hace dudar de la realidad y la ficción, ha creado una barra invisible, un umbral de calidad determinado que diferencia el cine “bueno”, bien realizado, del “malo”. Hoy en día es fácil identificar un filme casero de uno hecho por un estudio, y los juzgamos de acuerdo a esas categorías, ensalzando a la película de estudio como “mejor” sobre la otra por el simple hecho de poseer mayores recursos que permiten una imagen mejor lograda o efectos especiales más “realistas”. La película casera, por el contrario, queda para siempre relegada a una categoría secundaria con respecto a calidad, cual sistema de castas, y queda incapaz para el ojo público de ser evaluada de la misma forma que una película de estudio. Como latinoamericanos, conocemos muy bien este problema, pues el grueso de nuestras producciones no suelen superar ese imaginario umbral de calidad al que están tan acostumbradas las audiencias internacionales. A pesar de ello, aquel que quiera hacer cine fantástico en este contexto deberá aprender a lanzarse de lleno y condenarse a sí mismo a una eternidad de cine casero o “malo”, a fin de poder cumplir con sus deseos de llevar a la pantalla una aproximación del universo que existe en su mente.

La Caimanera (2023). Juan Fuentes (Youtube: Mongoyon)
Supongamos, entonces, que la enorme etiqueta de cine casero que se deberá cargar hasta el final no es un problema. El principal problema es, como cualquiera sin recursos, el presupuesto. No podemos crear de cero una película de fantasía que rivalice con El señor de los anillos si apenas tenemos suficiente para nuestro sustento. No tenemos acceso a vestuarios, modelos a escala, maquillaje profesional, ni un equipo de efectos especiales; pero tenemos una idea, unos amigos dispuestos a actuar, algunos materiales como papeles y cartones, una computadora y una cámara o teléfono. Con eso es suficiente para dejar volar la imaginación. El primer paso es recordar lo que hace efectivo al teatro: el pacto metaficcional, y hacerlo trabajar a nuestro favor. En lugar de intentar engañar al espectador con cortes invisibles y efectos realistas, debemos hacer todo lo contrario.
No nos debe preocupar, en lo que al departamento de arte se refiere, que todo se vea lo más falso, obvio e inverosímil posible en lo que a estética se refiere. Un caballero con una armadura hecha con cartón y papel aluminio, un mago cuyo cetro es una escoba que puedes encontrar en un supermercado y con una capa hecha a partir de un pedazo de tela o una bolsa de papel, un extraterrestre que usa una máscara de foamy para diferenciarse de los humanos. Los antiguos griegos interpretaban a los dioses usando tan sólo una máscara de arcilla ¿Por qué un cineasta sin recursos debe invertir en vestuarios intrincados o en trajes completos de látex solo para ver si lo toman en cuenta? He visto maravillosas obras de teatro fantástico con propuestas de arte mucho más minimalistas. Si este minimalismo barato se mantiene constante, es decir, que la película mantenga la misma propuesta artística de disfraces de cartón y maquillajes sencillos, se convierte en la nueva normalidad visual del metraje y se vuelve a crear ese pacto metaficcional. Estamos tan fuera de la película, ante la obviedad de que todo lo que se está viendo es falso, que volvemos a ella a través de las grietas.
Con respecto a la postproducción, nunca había sido tan sencillo editar un producto audiovisual. Los artistas tenemos hoy en día un amplio repertorio de programas y herramientas gratuitas, y si no nos preocupamos porque la película se acople a los cánones de calidad por los que se juzga una película, se crea un universo de posibilidades para la creación de efectos especiales sin que estos tengan que verse completamente creíbles. Se pueden hacer rayos láser, explosiones, monstruos generados por computadora, fondos de montañas y castillos con imágenes de uso libre en internet e incluso con el adecuado uso de la inteligencia artificial se pueden hacer cosas que anteriormente requerían equipos completos y entrenamiento minucioso. Todo desde la comodidad de una computadora. Experimentar con el estilo visual con equipamiento accesible nunca había sido tan sencillo. Además, la complejidad visual del cine fantástico obliga a los no experimentados en técnicas de edición a practicar y mejorar para crear cada vez obras más sorprendentes.

Filthy Frank vs Chin Chin (2016) George Miller (Youtube: TVFilthyFrank)
La gran desventaja de esta metodología de realización cinematográfica radica en la percepción que los otros tengan sobre la obra finalizada. La obra será considerada una locura. Se verá como un proyecto universitario o un sketch de YouTube porque no sigue las leyes o las convenciones del cine comercial, pero eso no debe detener a los artistas. Aunque este estilo funcione muy bien para historias de comedia o tramas un poco más bizarras, siempre hay espacio para la experimentación, y no debería ser limitante para la realización de obras que se tomen más en serio a sí mismas. Nada detuvo a Buñuel y a Dalí de hacer Un perro andaluz, a los franceses de hacer su cine no convencional en la nueva ola, a los alemanes del expresionismo a deformar la realidad a su antojo a través del maquillaje y la escenografía. Que tu obra tenga vestuarios de papel maché y composiciones digitales rudimentarias no la hace indigna de ser considerada artística. Lo importante es que exista una idea y un motivo, un pathos que una a toda la obra en una sola unidad, que a pesar de las carencias tenga un corazón palpitante. Para nosotros, que soñamos con otros universos, no es suficiente ver a la ventana de al lado, a hacer lo que es considerado correcto, y debemos satisfacer por cualquier medio la imperiosa necesidad de contar fantasías con imágenes y sonido. Lo importante siempre es empezar, pero la única manera de hacerlo es tomar la imperfección, abrazarla y hacerla nuestra para poder mostrarle al mundo nuestra creatividad:
“No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación” (Bretón, 1974, p. 21).