Por Victoria Velutini

 

¿De qué forma se puede representar el sufrimiento de un colectivo sin que la tragedia sea el tono transversal de lo narrado? ¿Cómo hablar del dolor sin hacer énfasis en la dolencia? Esta es la intención literaria de Néstor Luis Garrido, periodista y escritor, en su más reciente obra Cumbe: crónica barroca de un sarapampán afrocaribe (2024), publicada por abediciones, en colaboración con el Espacio Anna Frank.

Al leer el título de la novela se piensa, ya sea por la combinación de palabras o por la propia onomatopeya que es “sarapampán”, en música, folklore y parte del origen, ahora distante pero siempre presente, de la nación mestiza que es Venezuela. De hecho, la palabra “sarapampán” no tiene una definición clara. Al buscarla en la red no se obtienen resultados, sin embargo, sin saber a qué se refiere, el ritmo del término invade al lector y lo sumerge en uno de esos bailes que están, aunque no los hayamos visto en la vida, en nuestro imaginario.

La palabra “cumbe”, por otro lado, se aleja de la aparente festividad y nos posiciona frente a la cruda realidad que el autor plantea. Cumbe es, por definición, un poblado conformado por esclavos negros que ahora viven en libertad. No obstante, la palabra ocupa una diversidad de significados abundante. En el prefacio de la novela, se hace énfasis en lo multifacético, voluble y disruptivo que puede llegar a ser Cumbe:

 

Si alguna vez ha entrado en un botiquín y ‒rockola de por medio‒ ha escuchado a los pico de plata contar la historia patria; si alguna vez ‒entre pasapalos y cubalibres‒ aparece un charlatán de mal trago y viene a pontificar sobre el bien y el mal; si alguna vez ha encendido el televisor y ha visto a un capitoste o a un predicador dárselas de sabiondo y, escondiendo con palabras recién aprendidas del Diccionario Escolar Ilustrado Sopena, el personaje en cuestión trata de disfrazar su «falta de ignorancia» ‒como diría Gonzalo Barrios‒ ante la audiencia seducida por su canto de sirena, entonces usted ha estado en Cumbe.

Cumbe se convierte, entonces, no solamente en un sitio físico, sino en un estado imaginario que puede ser concebido o, por qué no, invocado, por una serie de elementos ligados a un je ne sais quoi, a un misticismo inequívoco y patético que, no obstante, tiene a todos en vilo por la valentía que reside en la expresión de algo que no tiene sentido y que no comprenden, mas pretenden comprender. Existe gracia en la presencia que se atreve a decir por acabar con el silencio.

También se refiere a la organización que una comunidad decide tener, sin ahondar en las reglas o normativas sociales externas. Entonces, cumbe se torna en libertad, pero, asimismo, en una suerte de Estado-no-Estado anárquico en el que es difícil convivir y en donde reina el libertinaje. Un cumbe se forma a partir de la exclusión, de la incomprensión de una comunidad que encuentra refugio en las similitudes que comparten entre ellos, pero que, al mismo tiempo, los separa del resto del mundo, como lo muestra la novela.

El tempo de Cumbe, nos damos cuenta a medida que avanzamos con la lectura, es de suma importancia. Al principio del texto mencionábamos lo inherentemente folklórico y sonoro de la palabra “sarapampán” y esto se extiende a la estructura de Cumbe, al lenguaje que exhiben los personajes principales y secundarios y a la propia concepción de la obra. Dividida en ocho capítulos y un intermezzo —o interludio, que sirve como recordatorio para el lector— la novela se asemeja a la forma en la que se le es entregada una partitura a un músico. El autor desarrolla la historia, de comienzo a fin, tomando por guía cánticos religiosos, contrastándolo con sonidos característicos de la música afrocaribe y momentos bíblicos para nombrar lo acontecido. Cada capítulo se convierte en una síntesis barroca, sincretista, rica y exótica del devenir de los personajes.

La trama de Cumbe es, al igual que su composición, bastante particular. Ambientada en el año 1998 en el pueblo ficticio de San Juan de Cumbe, la novela expone las vivencias de un grupo de personas que se animan a participar en un certamen musical de la disquera Nashville Crepuscular. En dicho certamen, los protagonistas son los tambores y eso hace que muchos habitantes del pueblo, como Trancho y Alcides, decidan concursar, ya que se trata de un estilo que les llena el alma y que conocen casi desde antes de nacer. Además de que el premio prometido es alentador y los llevaría más allá de lo que podrían haber imaginado en la pequeñez de su universo. Pero este concurso no tiene un objetivo inocente, la verdadera propuesta detrás del escenario es conocer cuál de las dos agrupaciones musicales de los dos sectores que habitan en San Juan de Cumbe es la mejor, por lo que la política se inserta hasta en la esencia de la cultura: nada escapa al conflicto de bandos. La sentencia que hace el alcalde después de anunciar el evento lo dice todo:

−Ushindi ni Cumbe; iliyobaki ni uhaini… ¡Cumbe es tradición; lo demás es traición!”

Los problemas se hacen evidentes poco después del anuncio y las acciones que toman tanto los participantes como las personalidades gubernamentales terminan en verdaderas tragedias. La corrupción, el anhelo por poder y la ignorancia del pueblo hacen de lo que pudo ser un agradable evento para la comunidad en un episodio sangriento que los testigos guardarán hasta el final de sus días. Cumbe: crónica barroca de un sarapampán afrocaribe es una novela rica en lenguaje y musicalidad. Ofrece un panorama social vasto y expone los complejos relatos de un pueblo que, a pesar de contener en sí grandes aflicciones, todavía puede acudir al humor, todavía se aferra a la fe.

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