La globalización ha permitido que los libros viajen por todo el mundo. Crucen fronteras y, sobre todo, ganen el corazón y el interés de millones de lectores sin importar el idioma que hablen. Y la única verdad es que todo esto es gracias a un oficio poco conocido: la traducción.
La traducción existe desde hace cientos de años. Comenzó en la oralidad y, paulatinamente, también se aplicó al material escrito. El ejemplo perfecto de esto fue la traducción de la Biblia, la cual fue del latín al alemán y, posteriormente, a todos los idiomas existentes en el planeta.
El oficio del traductor puede parecer sencillo: transcribir integramente la información en un idioma diferente al original, pero pasa que no es solamente eso. Menos en los campos de la traducción literaria. Esta última se puede entender como aquella a la que se somete a obras como poemas, novelas, cuentos y canciones. En estas obras la sensibilidad y la metáfora son la clave del juego de palabras con el que el autor transmite una historia cargada de emociones y sentidos. La combinación debe ser precisa y perfecta para que suene agradable oído y recree la descripción, que solo existe en la mente del escritor, ante los ojos del lector. Debe sentir, vibrar y percibir cada detalle, pues es esta la razón por la cual consideramos a la literatura un arte.
Es entonces cuando la traducción se vuelve un oficio demandante y delicado. Un oficio en donde se juega con la obra de un escritor y se transforma en la traducción perfecta, no del idioma, sino de las ideas. El traductor debe cuidar de los elementos que anteriormente se mencionaron con la conciencia de que un error en su escritura podría arruinar la obra original ante la opinión del nuevo público.
El traductor posee la libertad creativa, limitada por el conocimiento y las ideas del autor, para recrear el texto en otra idioma garantizando así que las emociones y descripciones que creo el autor, puedan interpretarse de la misma manera en un idioma diferente. Es por ello que un buen traductor no solamente debe ser bilingüe o políglota, también debe poseer nociones sobre arte, literatura y poesía. Entender sobre cómo se crea una obra y tener la sensibilidad precisa para la elección de las palabras.
En base a esto, hay países, verbigracia Alemania, que poseen leyes sobre los derechos de autor de los traductores sobre sus obras. Estos, claro está, deben contar con la autorización del escritor y este siempre será el dueño de la historia. Los derechos del traductor solo se aplican a la traducción en si misma y a su propia versión. Tengamos presente que puede haber dos traducciones diferentes de una misma obra, cosa que es muy común con los clásicos de la literatura.
Este oficio es delicado y demandante. Por ello, las mismas editoriales son quienes se encargan de buscar y autorizar la traducción de las obras y en el caso de que lo haga el escritor por su cuenta, este debe tener presente que siempre será mejor dejarla en manos de un profesional y no correr riesgos con traductores en línea o con «amigos» que si bien conocen el idioma, no dominan las herramientas necesarias.